I Mi hermana, Marcela, me azuzó: ¿cuándo vas a mandarme el poema de Diego? En los últimos días de noviembre su poema se escribía en la calle. Lo sugerí en el viento interior de una mañana agitada en las hojas de los árboles. II Diego somos todos un poco por eso le tocó tanto vivir y desguazarse en cada uno a cada susurro, a cada murmullo cuando interpretaba el dolor la risa, la ciega infamia, el sordo resplandor miserable de los apropiadores que ayer se llevaron un niño y hoy a una madre, luego haría la felicidad de quien lleva una copa y sostiene la pelota entre la cabeza y el hombro. Lo amamos pero le exigimos demasiado, lo percibimos pura alegría sin saber que toda alegría de barro oculta heridas que precisan de un vendaje tierno, una atención donde el artista tenga un segundo para volver sobre su camino de estar a solas consigo mismo para hacer pie ante nuestro amor torrencial. III Nunca nos negaste nada, Diegosol, en