Se olvida a los gauchos que ocuparon la Justina, nave británica de 26 cañones que no alcanzaron para bajarlos solo faltó que Buenos Aires la viera vencida en sus arenas y sus aguas hundidas en la marea del estuario, para que echaran de la historia al teniente Martín Miguel de Güemes y a sus soldados que aquel 12 de agosto de 1806 habían tomado la nave por orden de Santiago de Liniers. Los libros de la ciudad que se pretende imperial los echan como un capítulo menor, un asunto de esas provincias a las que llamaron “ranchos” y un milico acostumbrado al monte, a la puna y a la quebrada o al llano, mitrificado en la historia como un tipo ajeno al esfuerzo “escaso de formación”, según mentían, salteño, para más datos, que cinco años después, en Suipacha, ganara la primera batalla de la Patria como avezado hombre de armas. Allí, el doctorcito Castelli lo echaría del ejército para hacerse de su triunfo de escritorio sin haberse agitado en batalla. La Buenos Aires de delicada inspiración bri