En Lisboa, Portugal, el pasado 16 de febrero de 2020, jugaban un partido de fútbol, el equipo del Porto, visitante, enfrentando al local Vitoria de Guimaraes. A los 71 minutos de juego, el jugador del Porto, Moussa Marega, hizo un gol, que colocaba a su equipo, en ventaja por 2 a 1. En forma inmediata, la tribuna del Guimaraes, comenzaron a proferir insultos hacia el jugador -que es nacido en Francia, pero de raíces en la República de Malí (África occidental)-, con contenidos abiertamente racistas (“mono”, etc.). Marega, harto de una historia racista impregnada en su espíritu, y en su pueblo, decidió abandonar el campo de juego. Sus compañeros del Porto, incluso el entrenador, trataron de persuadirlo, para que se quedara en el campo de juego. Pero tenía firmeza, se fue. El racismo europeo, que también es universal, hacía de las suyas. Posteriormente, Marega declaró en forma irónica: “ Agradezco también a los árbitros que no me hayan protegido y me hayan mostrado una tarjeta amarilla