Lector sensible, Gervasio, no imaginó más que volver a leer a Kafka, iba a llevarlo a una experiencia inédita y acaso falsaria de la propia falsedad con la que un hombre puede convivir a lo largo de su existencia. Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, leía, se encontró sobre su cama transformado en un monstruoso insecto. Estaba tumbado sobre su espalda dura, y en forma de caparazón y, al levantar un poco la cabeza, veía un vientre abombado, parduzco, dividido por partes duras en forma de arco, sobre cuya protuberancia apenas podía mantenerse el cobertor, a punto de resbalar al suelo. Sus muchas patas, ridículas y pequeñas en comparación con el resto de su tamaño, vibraban desamparadas ante los ojos. “¿Qué me ha ocurrido?”, pensó. No era un sueño. Su habitación, una auténtica habitación humana, si bien algo pequeña, permanecía tranquila entre las cuatro paredes harto conocidas. Por encima de la mesa, sobre la que se encontraba extendido