A los
hermanos y hermanas de los movimientos y organizaciones populares.
Queridos
amigos
Con
frecuencia recuerdo nuestros encuentros: dos en el Vaticano y uno en Santa Cruz
de la Sierra y les confieso que esta "memoria'' me hace bien, me acerca a
·ustedes, me hace repensar en tantos diálogos durante esos encuentros y en
tantas ilusiones que nacieron y crecieron allí y muchos de ellas se hicieron
realidad. Ahora, en medio de esta pandemia, los vuelvo a recordar de modo
especial y quiero estarles cerca.
En estos días
de tanta angustia y dificultad, muchos se han referido a la pandemia que
sufrimos con metáforas bélicas. Si la lucha contra el COVID es una guerra,
ustedes son un verdadero ejército invisible que pelea en las más peligrosas
trincheras. Un ejército sin más arma que la solidaridad, la esperanza y el
sentido de la comunidad que reverdece en estos días en los que nadie se salva
solo. Ustedes son para mí, como les dije en nuestros encuentros, verdaderos
poetas sociales, que desde las periferias olvidadas crean soluciones dignas
para los problemas más acuciantes de los excluidos.
Sé que muchas
veces no se los reconoce como es debido porque para este sistema son
verdaderamente invisibles. A las periferias no llegan las soluciones del
mercado y escasea la presencia protectora del Estado. Tampoco ustedes tienen
los recursos para realizar su función. Se los mira con desconfianza por superar
la mera filantropía a través la organización comunitaria o reclamar por sus
derechos en vez de quedarse resignados esperando a ver si cae alguna migaja de
los que detentan el poder económico. Muchas veces mastican bronca e impotencia
al ver las desigualdades que persisten incluso en momentos donde se acaban
todas las excusas para sostener privilegios. Sin embargo, no se encierran en la
queja: se arremangan y siguen trabajando por sus familias, por sus barrios, por
el bien común. Esta actitud de Ustedes me ayuda, cuestiona y enseña mucho.
Pienso en las
personas, sobre todo mujeres, que multiplican el pan en los comedores comunitarios
cocinando con dos cebollas y un paquete de arroz un delicioso guiso para
cientos de niños, pienso en los enfermos, pienso en los ancianos. Nunca
aparecen en los grandes medios. Tampoco los campesinos y agricultores
familiares que siguen labrando para producir alimentos sanos sin destruir la
naturaleza, sin acapararlos ni especular con la necesidad del pueblo. Quiero
que sepan que nuestro Padre Celestial los mira, los valora, los reconoce y
fortalece en su opción.
Qué difícil
es quedarse en casa para aquel que vive en una pequeña vivienda precaria o que
directamente carece de un techo. Qué difícil es para los migrantes, las
personas privadas de libertad o para aquellos que realizan un proceso de
sanación por adicciones. Ustedes están ahí, poniendo el cuerpo junto a ellos,
para hacer las cosas menos difíciles, menos dolorosas. Los felicito y agradezco
de corazón. Espero que los gobiernos comprendan que los paradigmas
tecnocráticos (sean estadocéntricos, sean mercadocéntricos) no son suficientes
para abordar esta crisis ni los otros grandes problemas de la humanidad. Ahora
más que nunca, son las personas, las comunidades, los pueblos quienes deben
estar en el centro, unidos para curar, cuidar, compartir.
Sé que
ustedes han sido excluidos de los beneficios de la globalización. No gozan de
esos placeres superficiales que anestesian tantas conciencias. A pesar de ello,
siempre tienen que sufrir sus perjuicios. Los males que aquejan a todos, a
ustedes los golpean doblemente. Muchos de ustedes viven el día a día sin ningún
tipo de garantías legales que los proteja. Los vendedores ambulantes, los
recicladores, los feriantes, los pequeños agricultores, los constructores, los
costureros, los que realizan distintas tareas de cuidado. Ustedes, trabajadores
informales, independientes o de la economía popular, no tienen un salario estable
para resistir este momento... y las cuarentenas se les hacen insoportables. Tal
vez sea tiempo de pensar en un salario universal que reconozca y dignifique las
nobles e insustituibles tareas que realizan; capaz de garantizar y hacer
realidad esa consigna tan humana y tan cristiana: ningún trabajador sin
derechos.
También
quisiera invitarlos a pensar en "el después" porque esta tormenta va
a terminar y sus graves consecuencias ya se sienten. Ustedes no son unos
improvisados, tiene la cultura, la metodología pero principalmente la sabiduría
que se amasa con la levadura de sentir el dolor del otro como propio. Quiero
que pensemos en el proyecto de desarrollo humano integral que anhelamos, centrado
en el protagonismo de los Pueblos en toda su diversidad y el acceso universal a
esas tres T que ustedes defienden: tierra, techo y trabajo. Espero que este
momento de peligro nos saque del piloto automático, sacuda nuestras conciencias
dormidas y permita una conversión humanista y ecológica que termine con la
idolatría del dinero y ponga la dignidad y la vida en el centro. Nuestra
civilización, tan competitiva e individualista, con sus ritmos frenéticos de
producción y consumo, sus lujos excesivos y ganancias desmedidas para pocos,
necesita bajar un cambio, repensarse, regenerarse. Ustedes son constructores
indispensables de ese cambio impostergable; es más, ustedes poseen una voz
autorizada para testimoniar que esto es posible. Ustedes saben de crisis y
privaciones... que con pudor, dignidad, compromiso, esfuerzo y solidaridad
logran transformar en promesa de vida para sus familias y comunidades.
Sigan con su
lucha y cuídense como hermanos. Rezo por ustedes, rezo con ustedes y quiero
pedirle a nuestro Padre Dios que los bendiga, los colme de su amor y los
defienda en el camino dándoles esa fuerza que nos mantiene en pie y no
defrauda: la esperanza. Por favor, recen por mí que también lo necesito.
Fraternalmente,
FRANCISCO
Ciudad del
Vaticano, 12 de abril de 2020, Domingo de Pascua.