“Mi viejo
era un personaje tremendo. Nació en la extrema pobreza de Salta. Lo salvó la
música, la poesía, la palabra”, escribió en redes Fernando, su hijo que
revelaba que César se escribía con el Papa Francisco. Fernando está en España y
no puede volver en estos días, seguramente, su música será más intensa,
doliente, luego de este sentir en soledad. En el mundo de la canción popular,
el folklore en particular, fue una noticia dura, porque César era de los
creadores que hacen camino y él lo recorrió desde la pobreza en una provincia
donde casi todos le cantaban a la vida.
Sin dudas, su “Canción con todos”, escrita por
el poeta mendocino Armando Tejada Gómez, parecía en el tiempo, sintetizar su
entrega solidaria a las artes que precisaba de una razón multitudinaria para
expresar su amor por la profesión que abrazaba. No hay país en el mundo donde
no se ha escuchado aquello de “Salgo a caminar…” que se une a otras tantas
aventuras poéticas de la humanidad. Caminar acaso porque “se hace el camino al
andar”, ese fue su espíritu.
Me contó en alguna tertulia, en su casa, en
SADAIC, donde fue vicepresidente defendiendo los derechos de los autores que,
en cierta ocasión, llamó a Horacio Guarany y le silbó una melodía y Horacio
comenzó al mismo tiempo, a pasarle la letra que le brotaba. Era “Padre del
Carnaval”, uno de los temas que en el folklore evocan al poeta persa Omar Kayam
y al Cuchi Leguizamón, unidos en la poesía en la canción argentina. Su fina
labor como melodista, le permitió ser una de las voces de Los Fronterizos
cuando era un muchacho, componer con César Perdiguero “Se lo llevó el
carnaval”, que alcanzaría miles de discos vendidos en tiempos en que el
folklore ganaba como fuerza de integración del país, la voluntad del público
argentino y del mundo.
Un encuentro con Evita
César contaba
con 7 años, allá por 1945, ganó un certamen de nuevas voces cuyo galardón fue
una pelota de fútbol. Tenía un destino popular marcado. Años después, iría a la
colonia de vacaciones de Mar del Plata, cuando el peronismo construyó esos
espacios para los niños, y con sus compañeros de escuela, conoció a Evita que
los visitaba.
No pasaba mucho más de 15 años cuando junto a
Tomás Tutú Campos y Javier Pantaleón (que integrarían “Los cantores del Alba”),
formó parte de Los sin Nombre y en 1956, cuando Los Fronterizos debían
reemplazar a Carlos Barbarán, pasó a formar parte del conjunto que iba echando
fama por la originalidad de ser una suerte de contracara de Los Chalchaleros.
El sonido fronterizo asumía la hermandad boliviana y su sonido. César hizo
época junto a Gerardo López, Eduardo Madeo y Juan Carlos Moreno viajando al
mundo, presentándose en Eurovisión a pedido del príncipe Bernardo de Holanda,
en la ex URSS y siendo figuras reconocidas en España y otros países.
César inició antes de “La Misa Criolla”, una
carrera como solista que fue tan exitosa como su paso por Los Fronterizos. Sus
creaciones propias fueron muchas, y musicalizó a poetas como José Pedroni, a
Nicolás Guillén (“Canción para despertar a un negrito”), a Hamlet Lima Quintana
(“Crónica de un semejante”), Antonio Porchia, Armando Tejada Gómez (“Canción
con todos”, “Fuego en Animaná”, “Triunfo agrario”, “Resurrección de la
alegría”, “Canción de las simples cosas”, que se escucha en un filme de Almodóvar),
Horacio Guarany (“Padre del Carnaval”), Héctor Negro (“Levántate y canta”),
Julio Cortazar (“Noticia para viajeros”). Cosquín fue otro escenario de su
presencia que no iba por el éxito sino por ese hacer camino con el público de
todas partes, porque la Próspero Molina era un lugar en el mundo donde residía
el corazón de los pueblos.
En 1966 inició su camino como solista y en el
festival de Jesús María recibió la aprobación del público y su sensibilidad de
creador más su compromiso social, se unieron para hacerlo vocero de inquietudes
del pueblo en días difíciles para la Argentina. César fue de los que no
callaban y eso alguna vez, años después, con prohibiciones y amenazas, lo llevó
al exilio español con su familia.
En Chile, con la canción
Antes, cantó
ante el presidente de Chile, Eduardo Frei Montalva, en su debut en ese país que
amó y donde hizo grandes amigos. Y en 1995 cantó ante presidentes de
Iberoamérica en el mismo país, y estaba entonces en la presidencia, el hijo de
aquel demócrata cristiano, Eduardo Frei Ruíz Tagle, que representaba a la
Concertación. Se encontraban allí Fidel Castro, el rey Juan Carlos y Felipe
González. Chile amó a César, cuya versión de “Te recuerdo Amanda”, de Víctor
Jara, es siempre recordada y se escucha en las radios.
En 1976 se conoció el larga duración “Juanito
Laguna”, sobre la obra del pintor Antonio Berni. Había música y poesías de
Astor Piazzolla, Horacio Ferrer, Atahualpa Yupanqui, Gustavo Leguizamón, Manuel
J. Castilla, Armando Tejada Gómez, Eduardo Falú, Jaime Dávalos y suya. Los
militares prohibieron su difusión y secuestraron la obra.
Al regreso de la democracia en Argentina, fue
parte de los artistas que representaron a las demandas del pueblo junto a
Atahualpa Yupanqui, Mercedes Sosa, Chito Zeballos, Hilda Herrera, Horacio
Guarany, Tejada Gómez, Ariel Ferraro, Víctor Heredia, Ariel Petrocelli, Antonio
Nella Castro, el Cuarteto Zupay, León Gieco y tantos otros que pusieron su
responsabilidad social por encima de su seguridad personal. Grabó con infinidad
de artistas, trajo nuevamente al escenario de la canción a Nicomedes Santa
Cruz, grabó con Chany Suárez y el Quinteto Tiempo del querido Gurí Jauregui,
trajinó el país llevando su mensaje y en años recientes, en Canal 7, hizo un
programa en el recuperaba a los grandes artistas y realizó reportajes
memorables como el que compartió con Joan Manuel Serrat. Era pleno e incansable.
Por eso, escribió un libro en que colaboré con
su autobiografía, “Cincuenta años de simples cosas”, en el que recogió asuntos
del mundo de su vida, su canción, su dolor y su amor incansable. Había nacido
en Salta, el 20 de octubre de 1938, bajo el signo de Libra y nunca abandonó su
convicción de arte y de vivencias. Quizá me olvide algo, pero como no hay
olvido sino camino, otros traerán al recuerdo aquello que está impreso en el
viento sereno de sus pasos
“Me voy amor», cantó César desde lo profundo,
«y no hay motivo para el olvido», continuó, la voz serena de quien se conmueve
para cantar lo que siente, como si lo hubiese dicho en el tiempo y para cada
día, pensando en sus amores de cada día. No hay olvido. Gracias por todo eso,
gran César. Así lo llamé tantas veces en estos años de contar con él como hoy
sé que lo encontraré en una canción, en un poema y una melodía de aquellas que
no se van. Caminan con uno cuando se hace, una vez más, el camino al andar.
*Periodista,
escritor, historiador.
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