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SE CUMPLIERON 150 AÑOS DEL EXTERMINIO DE SOLANO LÓPEZ Y EL DESARROLLO AUTÓNOMO DE PARAGUAY


Paraguay, hasta 1865, no tenía deuda externa, era un pequeño país pujante, instaló astilleros, ferrocarriles, fábricas. No era un buen ejemplo, para el resto de América latina, según la mirada liberal. El desarrollo nacional de un país, no es bien visto, por las burguesías dominantes, globales. Hoy, siglo XXI, sucedió algo similar con la Bolivia de Evo Morales. El neoliberalismo no aprueba el desarrollo independiente de ningún país emergente. Si sucede, lo castigan con deuda externa.
El Paraguay de Carlos Antonio López, pretendió desarrollarse. Construyó acerías y fundiciones, líneas telegráficas, y, el ferrocarril Asunción-Trinidad. El Estado fue central. No había terratenientes, ni desocupación. Impulsaba la educación pública y gratuita.
Sarmiento y Mitre, aliados de Gran Bretaña, por un lado, y, la monarquía de Brasil (con dos millones de esclavos y alta desocupación), por otro, arremetieron contra el Paraguay de Carlos López y su hijo Francisco Solano López. Previamente, hubo colaboración con el uruguayo Venancio Flores, para derrocar al gobierno del partido Blanco. Se firma la Triple Alianza, ofensiva, contra Paraguay.
La guerra duró desde 1865 a 1870. Fue de exterminio, oprobiosa, contra el pueblo paraguayo, que vio diezmada su población. El líder Francisco Solano López, lucho hasta el final de su vida. El 1° de marzo, perseguido por los invasores brasileños y argentinos mitristas, murió dando batalla. El historiador José María Rosa, relata los detalles de aquella última batalla.
"Soldados abrasados por la fiebre o por las llagas y extenuados por el hambre, sin más prendas de los desaparecidos uniformes que el calzón ceñido por el ysypó, y algunas veces un correaje militar para sostener la canana o pender el sable; pocos llevan el morrión con la placa de bronce del número del regimiento. Descalzos porque los zapatos (y a veces el morrión y las correas) han sido comidos después de ablandar el cuero con agua de los esteros. Mujeres de rasgados tipoys, afiladas como agujas por la extenuación y la peste, preparan el rancho: polvo de huesos (cuando lo hay) cocido con jugo de naranjas agrias, si se ha conseguido alguna fruta; las más de las noches nada. Entonces se roe el cuero de los implementos militares.
(…) Siete meses, doscientas jornadas de ardiente sol tropical, transcurren en esta marcha única en la historia. Hasta que el 14 de febrero de 1870, la caravana llega a Cerro-Corá (“escondido entre cerros”, en guaraní), campo de buena gramilla, regularmente protegido, a poca distancia del Aquidabánniguí, torrentoso afluente del Aquidabán. Diez mil muertos jalonan la ruta macabra desde la sierra de Azcurra. Los que han podido llegar son poco más de cuatrocientos. López la orden de detenerse en Cerro-Corá.
(…) Llama el Mariscal a consejo de jefes y oficiales. Sentado en la única silla del campamento (hay que guardar las formas) preside a los suyos que deben hacerlo en el suelo. Habla Sola López: estamos en el último rincón de la patria, después viene el Matto Grosso, Atravesándolo se ganaría el asilo en el suelo boliviano. (…) ¿Podrían dar fin a la epopeya escapando a la muerte, dejando Paraguay en poder de los brasileños? (…) Siguió el silencio –dice el coronel Aveiro-, y viendo que nadie hacía uso de la palabra, yo entonces le dije al Mariscal que él era Jefe de Estado y de nuestro Ejército; nuestro deber era someternos a lo que él resolviera. Y entonces el Mariscal dijo: “Bien, entonces peleemos aquí hasta morir”. No se habló más del asunto.
(…) Cuatrocientos nueve sobrevivientes del gran ejército lanzado contra el Imperio para defender la libre determinación de las repúblicas hispanoamericanas.
Algunos indios caygús traen alimentos a los paraguayos. El 28 de febrero advierten a López la proximidad de los brasileños: le ofrecen esconderlo en sus tolderías, en el fondo de los bosques, donde jamás podrían encontrarlos. López agradeció y declinó el leal ofrecimiento. Su resolución estaba tomada: moriría con su patria.
A la mañana siguiente, 1 de marzo, algunas mujeres escapadas de los puestos avanzados, llegaron al campamento con la noticia que los brasileños conducidos por un traidor, se habían apoderado, sin combatir, de los cañones. El general Rosa, jefe de la retaguardia, acaba de ser degollado con los suyos. No hubo combate, solamente una sorpresa y la matanza. Como a fieras.
Al medio día irrumpieron los jinetes del general Cámara. Son veinte más que los paraguayos, y tienen armas de precisión y caballos excelentes.
(…) Francisco Solano hace frente a los imperiales con la sola arma de su espadín de oro (regalo de las patricias paraguayas, en cuya hoja se lee Independencia o Muerte), el ayudante de Silva Tavares, un sargento apodado Chico Diavo, consigue asirlo de la cintura, al tiempo que otro soldado le descarga un golpe en la cabeza. López tira una estocada a Chico Diavo, que el brasileño contesta con un lanzazo en el vientre.
(…) Un soldado brasileño persigue al cirujano Estigarribia por el arroyo y lo atraviesa de un lanzazo. López (herido), trata de enderezarse, pero se desploma al agua, consigue sentarse y saca su espadín de oro con la mano de recha tomando la punta con la izquierda. El brasileño Cámara, se le acerca y le formula la propuesta de rigor: “Ríndase, mariscal, le garantizo la vida”. López lo mira con ojos serenos y responde con una frase que entra en la historia: “!Muero con mi patria!”, al tiempo de amagarle con el espadín.
(…) Cámara ordena: “!Maten a ese hombre!”. Un tiro de Manlicher atraviesa el corazón del mariscal, que queda muerto de espaldas, con los ojos abiertos y la mano crispada en la empuñadura del espadín. El exterminio de los últimos paraguayos es atroz.
        Fuente: Rosa, José María, La guerra del Paraguay y las montoneras argentinas, 1964.

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