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LONGOBARDI Y “LA MIRADA” PERDIDA DE RODRÍGUEZ LARRETA, por ALEJANDRO C. TARRUELLA*

Lo que dijo el expositor macrista Longobardi, es que la “pobreza estrafalaria” es lo que afecta a la “democracia” de los poderosos. Su respuesta, es anunciar una “sorpresa” autoritaria. En línea al norte del continente americano, jugado en la justificación y el retorno del neoliberalismo, no sale a hablar de golpe de Estado de nuevo tipo al cuete. Sale cuando los sectores corporativos a los que responde, lo exigen. Es al momento en que Rodríguez Larreta decide embestir al gobierno nacional en medio de la pandemia y enfrentar desde el privilegio de la ciudad en la que es jefe municipal.

 El preso número nueve

 

Rodríguez Larreta salió de mala gana a hacer su papel. Es posible que el espionaje del mamerto lo haya apretado contra la pared obligándolo a realizar un papel que, además de ser triste, no era el que pregonaba en días previos. A fines de marzo, el hijo de Franco se reunió con los intendentes bonaerenses del grupo Dorrego, y establecieron que no iban a aceptar un candidato a gobernador bonaerense en 2023, cuando él aspira a su regreso, que saliese de los armados de Larreta. El jefe del porteñaje tiene a Diego Santilli en las gateras y es posible que piense en María Eugenia Vidal (que se ciñe la banda presidencial) para la CABA. María Eugenia se piensa presidente, Elztain también.

Meses antes, en enero de este mismo año, se conocía que Rodríguez Larreta se fue de su casa. La separación de Bárbara Diez, se atribuía a que el jefe merodeaba otros espacios. Esa información, que le habría llegado a la atribulada cónyuge, habría sido producto de las labores de espionaje que se operaba hasta diciembre de 2019, desde la Rosada. Ya se había confirmado que, durante el gobierno neoliberal, una banda de agentes orgánicos de la AFI, que dependían de la subdirectora del organismo, Silvia Majdalani, había recogido datos de la intimidad del atormentado Larreta. Ya no podía contar sus glorias sino sus despojos cuando se sindicaba a una funcionaria de la comuna 9. Larreta, desde entonces, fue una suerte de preso número nueve de su propia historia. No importaba ya si el hecho fuese cierto o no. Macri lo había escorado.

Para más, poco antes, su amigo Schiaretti se había negado a firmar una solicitada de gobernadores contra la quita de coparticipación al municipio porteño, único que tiene ese privilegio propio de provincias. Las cosas no le iban del todo bien, como sucede hoy con la expansión del coronavirus ante la escasa responsabilidad de los sectores pudientes de la capital, que creen que sus bienes los preservan de la pandemia.

 Las horas extras del final

 Bromeaban los macristas que su partida era el producto de las horas extras. Lo celebraban como a un fin de fiesta. Ese es el punto donde Rodríguez Larreta abandonaba su estilo Claudio María Domínguez, y se transforma en Aldo Rico. Tiene, ahora, que liderar a su espacio y ganar la voluntad de los mismos macristas que lo embistieron. Y sobre ese modus operandi novedoso, es donde los duros de las corporaciones se montan y lanzan a Longobardi a proclamar la necesidad de romper el Estado de Derecho. Al locutor que comenzó difundiendo canciones de la colectividad italiana en algunas radios, no le cuesta nada. Es un emergente del videlismo tardío que dan siempre un mensaje que resulta parecido a la publicidad que emiten. Son soldados enceguecidos que van contra la pobreza y la soberanía.

Longobardi calificó a la pobreza de “estrafalaria”, un modo de evitar la descalificación propia de su clase, que la atribuye a negros u otras caracterizaciones despreciativas. Estrafalario, en los diccionarios, es “Que llama la atención por su extraña apariencia o extravagante forma de pensar y actuar”. Sería interesante darle a ese personaje, unas lecciones de castellano elemental porque solo intentó enfatizar, no decir algo que tuviese sustento. Difusor activo del lafware, que generó cuantiosas ganancias, tuvo un protagonismo regresivo visible y responsable, pretende ahora sumar a la derrota que sufren de modo parcial, los amigos de esa corriente, la del golpe de Estado a través de algún subterfugio que pretende ser sutil como un cambio de gabinete para instalar a amigos de las corporaciones. Ellos se ilusionan que aun es posible pedir peras al olmo.

 La mirada del adiós

 

Lo que se niega a admitir, como sucede en su espacio de difusores del régimen instalado en la década de los noventa, es que los argentinos, como el mundo, asisten a un fin de época cruel y de escasos sentimientos. La pandemia parece querer llevarse por delante las ilusiones de la globalización, arrastrando a quien sea, la “estrafalaria” pobreza en primer término. El paso de tres funcionarios norteamericanos por la Argentina, de lo que “Longo” tuvo información privilegiada, no es casual. Indica que aquí están sucediendo o van a suceder, episodios importantes en el rediseño del mundo multipolar que resisten en el norte. Tienen un miedo chino a los cambios. “Longo” habla como si sus fuentes fuesen Videla, Peña y Bullrich y promete sorpresas autoritarias en el corto plazo. Significa entonces, que sus usinas anuncian sucesos que se desconocen pero que es posible prever. En términos regresivos, “Longo” hizo conocer el comunicado 150 del macrismo, no en vano, es un derivado menor de Grondona.

El gobierno está en un momento muy difícil. Gana con la fábrica de Sputnik y tendrá ventajas con la llegada de vacunas que resuelve con precisión. Tiene que sortear el embate de la segunda ola, responder a las necesidades de la población, la pobreza es una de ellas, y recuperar parte de su imagen ante la sociedad en su conjunto. La etapa para el neoliberalismo es de desgaste sin freno y allí se inscriben las bravuconadas del difusor mitrista. Rodríguez Larreta, hundido en su drama familiar, no la pasa mejor. Tiene que jugar al pasado, que es el shopping de privilegios del porteñaje, y no puede ganar adeptos en el abajo con ese discurso. Como Macri, quiere víctimas tal cual lo exigió Lagarde. 50 mil millones de dólares para la fuga no son moco e’ pavo.

Bárbara Diez eliminó su cuenta de Instagram que se denominaba, “Horacio, mi mirada”. Al parecer el jefe municipal de Buenos Aires perdió ese símbolo y puede haber arrojado en los caminos de otras búsquedas, si es que los espías dieron en el clavo, nada menos que aquello que señala su ex: la mirada de los otros. Longobardi acaso supone que puede recuperarla mediante una nueva dosis de autoritarismo, alucinando a una regresión hacia los infiernos de 1976.

 *Periodista, escritor, historiador.

 

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