Lo que dijo el expositor macrista Longobardi, es
que la “pobreza estrafalaria” es lo que afecta a la “democracia” de los
poderosos. Su respuesta, es anunciar una “sorpresa” autoritaria. En línea al
norte del continente americano, jugado en la justificación y el retorno del
neoliberalismo, no sale a hablar de golpe de Estado de nuevo tipo al cuete.
Sale cuando los sectores corporativos a los que responde, lo exigen. Es al
momento en que Rodríguez Larreta decide embestir al gobierno nacional en medio
de la pandemia y enfrentar desde el privilegio de la ciudad en la que es jefe
municipal.
Rodríguez Larreta salió
de mala gana a hacer su papel. Es posible que el espionaje del mamerto lo haya
apretado contra la pared obligándolo a realizar un papel que, además de ser
triste, no era el que pregonaba en días previos. A fines de marzo, el hijo de
Franco se reunió con los intendentes bonaerenses del grupo Dorrego, y
establecieron que no iban a aceptar un candidato a gobernador bonaerense en
2023, cuando él aspira a su regreso, que saliese de los armados de Larreta. El
jefe del porteñaje tiene a Diego Santilli en las gateras y es posible que
piense en María Eugenia Vidal (que se ciñe la banda presidencial) para la CABA.
María Eugenia se piensa presidente, Elztain también.
Meses antes, en enero de este mismo año, se
conocía que Rodríguez Larreta se fue de su casa. La separación de Bárbara Diez,
se atribuía a que el jefe merodeaba otros espacios. Esa información, que le
habría llegado a la atribulada cónyuge, habría sido producto de las labores de
espionaje que se operaba hasta diciembre de 2019, desde la Rosada. Ya se había
confirmado que, durante el gobierno neoliberal, una banda de agentes orgánicos
de la AFI, que dependían de la subdirectora del organismo, Silvia Majdalani,
había recogido datos de la intimidad del atormentado Larreta. Ya no podía
contar sus glorias sino sus despojos cuando se sindicaba a una funcionaria de
la comuna 9. Larreta, desde entonces, fue una suerte de preso número nueve de su
propia historia. No importaba ya si el hecho fuese cierto o no. Macri lo había
escorado.
Para más, poco antes, su amigo Schiaretti se
había negado a firmar una solicitada de gobernadores contra la quita de
coparticipación al municipio porteño, único que tiene ese privilegio propio de
provincias. Las cosas no le iban del todo bien, como sucede hoy con la
expansión del coronavirus ante la escasa responsabilidad de los sectores
pudientes de la capital, que creen que sus bienes los preservan de la pandemia.
Longobardi calificó a la pobreza de
“estrafalaria”, un modo de evitar la descalificación propia de su clase, que la
atribuye a negros u otras caracterizaciones despreciativas. Estrafalario, en
los diccionarios, es “Que llama la atención por su extraña apariencia o
extravagante forma de pensar y actuar”. Sería interesante darle a ese
personaje, unas lecciones de castellano elemental porque solo intentó
enfatizar, no decir algo que tuviese sustento. Difusor activo del lafware, que
generó cuantiosas ganancias, tuvo un protagonismo regresivo visible y
responsable, pretende ahora sumar a la derrota que sufren de modo parcial, los
amigos de esa corriente, la del golpe de Estado a través de algún subterfugio
que pretende ser sutil como un cambio de gabinete para instalar a amigos de las
corporaciones. Ellos se ilusionan que aun es posible pedir peras al olmo.
Lo que se niega a
admitir, como sucede en su espacio de difusores del régimen instalado en la
década de los noventa, es que los argentinos, como el mundo, asisten a un fin
de época cruel y de escasos sentimientos. La pandemia parece querer llevarse
por delante las ilusiones de la globalización, arrastrando a quien sea, la
“estrafalaria” pobreza en primer término. El paso de tres funcionarios
norteamericanos por la Argentina, de lo que “Longo” tuvo información
privilegiada, no es casual. Indica que aquí están sucediendo o van a suceder,
episodios importantes en el rediseño del mundo multipolar que resisten en el
norte. Tienen un miedo chino a los cambios. “Longo” habla como si sus fuentes
fuesen Videla, Peña y Bullrich y promete sorpresas autoritarias en el corto
plazo. Significa entonces, que sus usinas anuncian sucesos que se desconocen
pero que es posible prever. En términos regresivos, “Longo” hizo conocer el
comunicado 150 del macrismo, no en vano, es un derivado menor de Grondona.
El gobierno está en un momento muy difícil.
Gana con la fábrica de Sputnik y tendrá ventajas con la llegada de vacunas que
resuelve con precisión. Tiene que sortear el embate de la segunda ola,
responder a las necesidades de la población, la pobreza es una de ellas, y
recuperar parte de su imagen ante la sociedad en su conjunto. La etapa para el
neoliberalismo es de desgaste sin freno y allí se inscriben las bravuconadas
del difusor mitrista. Rodríguez Larreta, hundido en su drama familiar, no la
pasa mejor. Tiene que jugar al pasado, que es el shopping de privilegios del
porteñaje, y no puede ganar adeptos en el abajo con ese discurso. Como Macri,
quiere víctimas tal cual lo exigió Lagarde. 50 mil millones de dólares para la
fuga no son moco e’ pavo.
Bárbara Diez eliminó su cuenta de Instagram que
se denominaba, “Horacio, mi mirada”. Al parecer el jefe municipal de Buenos
Aires perdió ese símbolo y puede haber arrojado en los caminos de otras
búsquedas, si es que los espías dieron en el clavo, nada menos que aquello que
señala su ex: la mirada de los otros. Longobardi acaso supone que puede
recuperarla mediante una nueva dosis de autoritarismo, alucinando a una
regresión hacia los infiernos de 1976.
*Periodista, escritor, historiador.
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