Antes de
morir, me dijo que me dejaba esta piedra preciosa, porque finalmente yo había
entendido desde el corazón al peronismo y estaba segura de que se la iba a
cuidar. Ella sabía que yo no era peronista y sin embargo confió en mí para
proteger su tesoro. Marga no quería convertirme al peronismo porque para serlo
no alcanza con saberse la marchita. Para ella, en su inmensa sabiduría popular,
bastaba con comprender la infamia de los gorilas y los boludos que los
secundan.
Así llegó a mis manos una tarde de invierno,
esta estatuilla que ella había escondido de las fauces de los fusiladores,
junto con un par de diarios y un libro de Eva. Los había protegido en celofán y
cartón corrugado, al fondo de un baúl durante los dieciocho años de
proscripción criminal, esperando el momento de sacarlos otra vez a relucir con
el orgullo peronista que la caracterizaba.
Para mí, recibir ese tesoro, fue de las cosas
más sublimes que me han sucedido. Que me entregue esa forma de amor en mis
manos, que confíe en mí para cuidarla, fue una clara demostración de lo mucho
que nos habíamos amado y lo profundamente conectadas que estábamos.
Desde entonces, Evita y el Pocho coronan mi
sala, en el punto exacto donde caen por mera física de la luz y la óptica,
todas las miradas. Sonrientes y hermosos, bajo una estética de película
de los cuarenta, el pelo engominado y la sonrisa amplia como la de
Huguito.
Se nota que no lo hizo un escultor avezado. Se
intuye la mano ingenua de alguien del pueblo con habilidades innatas y pasión
por forjar su recuerdo. Los colores son de cinemascope y toda la pieza es un
viaje en el tiempo. Presiden los dos, sonrientes y plenos, el ambiente
principal de mi casa, y quien entra, no puede evitar toparse con ellos.
Ayer vino un electricista.
- qué souvenir tan simpático - dijo de pronto
con tono burlón mientras sacaba sus herramientas de un bolsito baqueteado
- No es un souvenir.
- Ah no? - continuó con más sorna.
- No. Es un detector de gorilas y boludos.
Me miró con odio. Lo miré con desprecio.
- No sé si podré hacer este trabajo
- Pienso lo mismo. Lo acompaño
- le dije señalando la salida.
Guardó todo en el bolsito con fastidio y
mientras salíamos por el largo pasillo que separa mi casa de la calle, murmuró
entre dientes:
- Qué mal que le hace a la gente el fanatismo.
- Vio que era cierto? - le dije manteniendo el
suspenso de manera tal de que esté ya afuera y yo detrás de la reja que me
protegería de su violencia.
- Qué cosa? - preguntó irónico ya desde la
calle.
- Que era un detector. Mire que rápido le
hizo saltar la ficha el souvenir! Diez minutos y ya mide 100% de boludez en
sangre. Porque gorila de verdad usted no es. Los gorilas son gente de plata,
importantes. Y para eso usted debería al menos renovar el bolsito.
- Gracias por venir. - le dije con los dedos en
V y una sonrisa ancha mientras le cerraba la puerta de madera en la cara.
Cuando regresaba por el mismo pasillo, miré
hacia el cielo. Estaba Marga. La vi y hasta pude escuchar su voz en un grito de
dignidad que se hizo himno: "Viva Perón, carajo! " dijo clarito.
Autor desconocido.
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