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AQUEL DÍA DE VERANO, por MIGUEL ANGEL RÍOS*

I)

     Ni bien el Flaco Mario salía con el jeep a hacer las reparaciones, conseguía varios acompañantes. Siempre estaba entre ellos el Ñato, hermano de Margarita, que según algunos comentarios noviaba desde hacía poco con Mario.

     El Ñato no quería hablar ni oir hablar del tema. Ya se había trompeado con dos o tres para que nadie hable de su hermana y de su amigo… ¡Cómo su hermana iba a andar con el Flaco, si ella tenía 14 años y él 24!

     No, el Flaco no haría una cosa así. Si bien su pasado no le ayudaba, ya que su madre lo abandonó a meses de nacer y su padre se dedicó al alcohol y se alejó del trabajo para siempre, él había encaminado su vida sin rencor, quizás también con poca alegría, de ahí su semblante taciturno, de pocas palabras y seriote. Pero en el fondo era un hombre de gran valor, buen amigo, buen compañero de trabajo y ¡cómo no! Buen deportista: jugaba de 5 en el equipo de fútbol “los 11 de fragata”.

     Aquel día de verano el Ñato trabajaba en ”cueros”. El calor era agobiante. Las máquinas hacían un ruido infernal. Sonó el teléfono varias veces, por fin lo atendió el Ñato: su madre lo llamaba desesperada. Margarita había desaparecido. Esa mañana salió a hacer compras al mercadito, con una bolsa tejida y no había regresado. Una vecina vio cuando subía al jeep del Flaco Mario.

     El Ñato colgó el teléfono absorto. Tomó la bicicleta y corrió a su casa: el viento caliente le golpeó la cara y el torso aún desnudo. Durante los dos Kilómetros, maldijo la amistad y todas las virtudes del Flaco.

     De la indignación pasó al temor, sobre lo que les podría ocurrir: la policía los buscaría y si al hallarlos, Mario intentara huir, quizás una bala o varias lo detendrían. Pero No, eso no, tendría bronca, pero la muerte, no!!

     Esa noche trascurrió lentamente… en silencio. El padre se sentaba en su banqueta, la cabeza entre las manos, o se levantaba y caminaba por ese patio lleno verde, lleno de plantas, como un león enjaulado. Sus hombros y espalda, comúnmente erguidos, estaban aplastados. Sus poderosos brazos, como brazos de estibador, torneados casi a la perfección, como si pesaran toneladas. De tanto en tanto sollozaba, bajito, decía palabras inentendibles, hablaba para él…. No tenía consuelo…

 II)

     A la mañana siguiente los dos estaban entre rejas. Él, con una situación harto comprometida: secuestro, presunta violación y otras acusaciones de distintas dimensiones. Ella podría quedar a cargo del juez de menores e ir a parar a un instituto. La madre y un séquito de “señoras honorables” gestionaron la libertad de la menor: la llevaron a un ginecólogo para un exhaustivo chequeo.

     A Margarita le costaba entender: primero se preocupaban por la presunta violación y ahora la hacían desnudar y abrir de piernas ante un desconocido cincuentón, que hurgaba y hurgaba, buscando no sé qué cosa dentro de su cuerpo.

     Al rato el médico dictaminó: “señora, su hija es virgen….. por ahora”, lanzando una risita burlona y pervertida…. la piba estalló en llantos.

 

III)

     Los dos iban a la comisaría en bicicleta. El Ñato en la blanca de competición ¡¡Nunca la usaba en la calle!! Pero ese viernes, sí, se quería gratificar. Su padre con la de paseo, serio, callado… ¿qué iban a hacer? ¿más trámites aún?....El Ñato ni desmontó, sostuvo la “bici” de su viejo, del asiento. Éste, entró en la comisaría; su espalda y hombros habían vuelto a su posición habitual. Su paso lento y firme, derechito como caminan los milicos.

     Habló un rato con el comisario, firmó unos papeles y salió rápido, con una leve sonrisa en sus labios…. El Flaco Mario salió en libertad detrás de él.

     Los dos amigos toparon sus miradas, estaba todo dicho.

     Mario de un salto subió al jeep. Quedaba como mudo testigo la bolsa alcahueta de Margarita y … Unas frutas podridas.

     “No se olvide, el domingo si usted quiere, venga a comer ravioles” dijo el padre. Y se fue pedaleando y canturreando:

“Gracias a la vida, que me ha dado tanto…”

     El Ñato quedó solo por un momento…. Pensativo. “En fin un error lo comete cualquiera…”.

     Puso en movimiento su “máquina” de competición, maniobró el cambio, puso el piñón chiquito, encorvó exageradamente su cuerpo, como hacen los ciclistas y se perdió rápido en la avenida ancha.

  

*Profesor de Letras. Universidad Nacional de Formosa.

 

 

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