I)
Ni bien el Flaco Mario salía con el jeep a
hacer las reparaciones, conseguía varios acompañantes. Siempre estaba entre
ellos el Ñato, hermano de Margarita, que según algunos comentarios noviaba
desde hacía poco con Mario.
El Ñato no quería hablar ni oir hablar del
tema. Ya se había trompeado con dos o tres para que nadie hable de su hermana y
de su amigo… ¡Cómo su hermana iba a andar con el Flaco, si ella tenía 14 años y
él 24!
No, el Flaco no haría una cosa así. Si
bien su pasado no le ayudaba, ya que su madre lo abandonó a meses de nacer y su
padre se dedicó al alcohol y se alejó del trabajo para siempre, él había
encaminado su vida sin rencor, quizás también con poca alegría, de ahí su
semblante taciturno, de pocas palabras y seriote. Pero en el fondo era un
hombre de gran valor, buen amigo, buen compañero de trabajo y ¡cómo no! Buen
deportista: jugaba de 5 en el equipo de fútbol “los 11 de fragata”.
Aquel día de verano el Ñato trabajaba en ”cueros”.
El calor era agobiante. Las máquinas hacían un ruido infernal. Sonó el teléfono
varias veces, por fin lo atendió el Ñato: su madre lo llamaba desesperada.
Margarita había desaparecido. Esa mañana salió a hacer compras al mercadito,
con una bolsa tejida y no había regresado. Una vecina vio cuando subía al jeep
del Flaco Mario.
El Ñato colgó el teléfono absorto. Tomó la
bicicleta y corrió a su casa: el viento caliente le golpeó la cara y el torso
aún desnudo. Durante los dos Kilómetros, maldijo la amistad y todas las
virtudes del Flaco.
De la indignación pasó al temor, sobre lo
que les podría ocurrir: la policía los buscaría y si al hallarlos, Mario
intentara huir, quizás una bala o varias lo detendrían. Pero No, eso no,
tendría bronca, pero la muerte, no!!
Esa noche trascurrió lentamente… en
silencio. El padre se sentaba en su banqueta, la cabeza entre las manos, o se
levantaba y caminaba por ese patio lleno verde, lleno de plantas, como un león
enjaulado. Sus hombros y espalda, comúnmente erguidos, estaban aplastados. Sus
poderosos brazos, como brazos de estibador, torneados casi a la perfección,
como si pesaran toneladas. De tanto en tanto sollozaba, bajito, decía palabras
inentendibles, hablaba para él…. No tenía consuelo…
II)
A la mañana siguiente los dos estaban
entre rejas. Él, con una situación harto comprometida: secuestro, presunta
violación y otras acusaciones de distintas dimensiones. Ella podría quedar a
cargo del juez de menores e ir a parar a un instituto. La madre y un séquito de
“señoras honorables” gestionaron la libertad de la menor: la llevaron a un
ginecólogo para un exhaustivo chequeo.
A Margarita le costaba entender: primero se preocupaban por la presunta
violación y ahora la hacían desnudar y abrir de piernas ante un desconocido
cincuentón, que hurgaba y hurgaba, buscando no sé qué cosa dentro de su cuerpo.
Al rato el médico dictaminó: “señora, su hija es virgen….. por
ahora”, lanzando una risita burlona y pervertida…. la piba estalló en
llantos.
III)
Los dos iban a la comisaría en bicicleta. El Ñato en la blanca de
competición ¡¡Nunca la usaba en la calle!! Pero ese viernes, sí, se quería
gratificar. Su padre con la de paseo, serio, callado… ¿qué iban a hacer? ¿más
trámites aún?....El Ñato ni desmontó, sostuvo la “bici” de su viejo, del
asiento. Éste, entró en la comisaría; su espalda y hombros habían vuelto a su
posición habitual. Su paso lento y firme, derechito como caminan los milicos.
Habló un rato con el comisario, firmó unos papeles y salió rápido, con
una leve sonrisa en sus labios…. El Flaco Mario salió en libertad detrás de él.
Los dos amigos toparon sus miradas, estaba todo dicho.
Mario de un salto subió al jeep. Quedaba como mudo testigo la bolsa
alcahueta de Margarita y … Unas frutas podridas.
“No se olvide, el domingo si usted quiere, venga a comer ravioles”
dijo el padre. Y se fue pedaleando y canturreando:
“Gracias a la vida, que
me ha dado tanto…”
El Ñato quedó solo por un momento…. Pensativo. “En fin un error lo
comete cualquiera…”.
Puso en movimiento su “máquina” de competición, maniobró el cambio, puso
el piñón chiquito, encorvó exageradamente su cuerpo, como hacen los ciclistas y
se perdió rápido en la avenida ancha.
*Profesor de Letras.
Universidad Nacional de Formosa.
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