No, no
vive en situación de calle. Maia vive en la calle, abajo de un puente. Lo de situación déjenselo a los especialistas,
a los que manejan estadísticas, casuísticas. Basta de eufemismos. Hagámonos
cargo aunque sea de la conceptualización de la realidad.
A Maia se
le vulneraron todos sus derechos. Absolutamente. Ahora, en este momento, quizás
se le están vulnerando los últimos dos. Que son los primeros: la vida y su
integridad.
No salgan
con el cartel "todos somos Maia", ese eslogan déjenselos a los viejos
y viejas culolargo de Recoleta que se solidarizan con un putañero, estafador y
lavador de guita.
No, no
todos somos Maia. Si todos los fuéramos, este país ó bien sería más igualitario
en su miserabilidad mal distribuida ó hubiera volado por el aire de una buena
vez. La mitad de nuestros pibes y pibas son pobres. El 10 (?), el 20 (?), el 30
(?) son indigentes. Como Maia.
No todos
somos Maia, a merced de un macho lumpen de los tantos que hemos sabido concebir
en esta sociedad que se horroriza cuando escucha la palabra
"chiques".
Maia no
somos todos. Pero sí nos interpela y nos desnuda y nos expone. No nos podemos
tapar ni con cartones, como ella para dormir. Estamos en pelotas.
Esos
fenomenales cuadros políticos de muchachas y muchacho, que hemos sabido ganar
en los últimos años, qué carajo están haciendo que no les exigen a los propios
que de una vez por todas comiencen a revertir esta situación. Y se los pido a
estas muchachas y muchachos porque a los de la generación como la mía no se le
puede pedir nada. Esto que está, lo hicimos nosotros. Y tampoco se los pido a
los pichones de Ceos que están del otro lado, porque también. Mejor que no
toquen nada porque lo van a seguir arruinando. Barriles sin fondo.
En la
ciudad más rica del país, Maia vive bajo un puente. Y la pelotuda que genera
opinión pública desde la televisión pregunta quién es el intendente de Lugano,
con la mísera esperanza que le dijeran que es un peronista. No, Vivi, no: es
del PRO. Pero ponete contenta, porque también hay peronistas que permiten estas
cosas. Vos seguí tomando lavandina, que te queda mucho por blanquear.
Y dónde
está la gorra y los servilletas que hace un par de años en menos de cuatro
horas dieron con un adolescente que le erró de celular y lo puteó a Macri. ¿No
pueden dar con un descerebrado que se subió a un tren con una nena de la mano?
¿Por qué no ponen un kiosco?
No, no
todos somos Maia. Ella se agarró de una mano que creyó amiga y confió. Porque a
lo mejor fue la primera mano que le tendieron.
Nosotros
no somos Maia. No somos sus sufrimientos, su panza doliendo y sonando de
hambre, sus fríos y sus miedos bajo un puente.
Que su
nombre, Maia, sea nuestra pesadilla.
A ver si
despertamos de una vez por todas.
*Militante político. Estudiante de
Profesorado en Historia.
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