Peter Baker dice en The New York Times, al abrir su nota sobre el final de Trump y el tiempo abrupto de Biden, “Así que así es como termina. La presidencia de Donald J. Trump, desde el inicio enraizada en el enojo, la polarización y la promoción de las conspiraciones, llega a su fin con una turba violenta que irrumpió en el Capitolio instigada por un líder derrotado que intenta aferrarse al poder como si Estados Unidos fuera otro país autoritario”.
Se
termina no el tiempo de Trump, que parece haber comenzado, sino el juego
perverso del llamado sueño americano. Que era un presunto sueño para un país
hecho de fragmentos, no de América a pesar del decir colonizado que remite solo
a ellos. Baker va al facilismo clásico, al que se une cierto progresismo
inspirado en una suerte de positivismo tardío, que quiere creer, y que nos
sumemos, que el problema es Trump. Una reconocida periodista argentina de
política internacional, explicó de modo muy sencillo, que es “la caída de
Roma”. Como si se precipitara la imagen del soldado romano de American Express.
Trump es un actor de esa caída, nada más. Biden, hoy no se sabe. Puede ser el
halcón que mintió para destruir Irak, Libia, entrar en Siria y donde se les
ocurra para luego susurrar: somos una democracia.
El susto por el paseo de una manifestación sin consistencia
que llegó a Washington, no es más que el miedo neoliberal porque “se quema el
rancho”. La movilización, en términos de la cultura nacional en ese terreno, no
sacaría un tres, si habría que calificarla. Propia de quienes no tienen la
menor idea acerca de cómo moverse, menos con un grupete sin peso más cercano a
la ilusión de los medios que hoy se dedican a aprisionar a sus mirones
arrojando dramas a la pantalla, que a la efectividad política. Se trata de un
show en medio de la censura férrea que ejercen los pesos pesados de la
comunicación erigidos en un seudo Estado.
Los medios ocultan en todo eso, es que por una mirilla semi
oculta lo que parece no querer mostrarse en Estados Unidos la política. Y a eso
le temen la derecha y cierta izquierda cuando un grupo de personas hace temer
por autoritarismos, retrocesos, incidencias con el solo afán de encubrir la
realidad de una caída sin vueltas. Con ciertas trazas de pueblo, como el pintor
que hace un paso de paleta en la tela intentando un color y un movimiento,
intentando expresar lo que aún no sabe describir. El imperio hace aguas y los
medios recurren a la lectura moral, a buscar al monstruo que no es más ni menos
que alguien de las propias filas. Un culpable, o acaso, un perejil.
Baker
insiste: “Las escenas en Washington habrían sido inimaginables en otra era: una
turba desbandada en la ciudadela de la democracia de Estados Unidos. Agentes de
policía, con pistolas, en un enfrentamiento armado para defender la Cámara de
Representantes. Gas lacrimógeno en la rotonda. Congresistas escondidos.” Un
liberal asustado merece comprensión. Si los mismos observadores hubieran visto
más de medio millón de personas marchando por la 9 de Julio y Avenida de Mayo,
con toda seguridad, escribirían aterrorizados sobre el fin del mundo. Se
asustan cuando descubren la marcha común de miles de personas, en Washington
podría hablarse de unos cuantos enojados, sin experiencia política, buscando a
veces lo que desconocían. El problema no es la turba ni el turbo, el
autoritarismo o el desborde. El problema es la caída y es curioso que el
progresismo lúcido, cuidadoso y a veces encargado (que alcanza al sueño de un
cargo) no pueda expresarlo con cierto filo.
Temen siempre, que el “gran país” sea considerado una “república
bananera”, otra vez el rapto moral. En realidad, es la central de las
repúblicas bananeras. La oficina mayor de Samuel Zemurray conocido como
“The Banana Man”, a quien pretende suceder Joe Biden. Veamos que ahora
Washington parece imitar al “bananismo” sin percibirlo.
«Muchas veces fumando
un cigarrillo/ he decidido la muerte de un hombre»,/ dice Ubico fumando un
cigarrillo…/ En su palacio como un queque rosado/ Ubico está resfriado. Afuera
el pueblo/ fue dispersado con bombas de fósforo./ San Salvador bajo la noche y
el espionaje / con cuchicheos en los hogares y pensiones y
gritos en las estaciones de policía. / El palacio de Carías apedreado por
el pueblo.”, escribía Ernesto Cardenal en su poema “Hora cero”, que parece
remedar en cierto modo a lo sucedido en Washington. Con esto, el cronista
pretende decir nada más, que a este relato le falta arte, debate acerca del
lugar de la cultura política para contar con sustento. Y definía, Cardenal, lo
que Zemurray, y las corporaciones que manejan Washington es la compra de funcionarios:
“un Dibutado más barato que una mula”, como decía Zemurray”, poetizaba con
cruda inspiración de calle y entrevero. Y alucinaba: “Corrompen la prosa y
corrompen el Congreso.” Riesgo del periodismo complaciente y la política de la
entrega.
Cuando
la realidad se da vuelta como un guante, se produce la sensación de irrealidad
que llevó a exponer a la representante por Wyoming Liz Cheney, republicana,
“Esto no es Estados Unidos”. Pobre, no sabía lo que decía. Es Estados Unidos y
se comprende, es humano, que no se atreva a avizorar el derrumbe porque, si
sucede que lo que no quiere: ¿Quién comprará las mulas?
Si la mirada es del sur, hay que desear que todo se
desenvuelva dentro de carriles normales. Cosa que es difícil pero lo que es
posible, es que estemos no ante un escenario con un monstruo sino con un cambio
profundo de paradigmas que nos coloca ante la necesidad de saber dónde estamos
parados. Lo único permanente es el movimiento y cuando es convulsivo, las mutaciones
son más profundas y abren frente a los países, más en el sur donde estamos
acostumbrados a caminar entre abrazos, sana costumbre que nos hace mejores, un
horizonte nuevo. Se trata de ir hacia él, de observarlo, girar, marchar,
procurar ideas comunes para días mejores, y establecer los pasos a seguir.
Cuando algo grande se cae se tiende de modo natural a reemplazarlo.
Baker hizo una buena crónica, no vamos a problematizar ese
punto, tiene la mejor intención, no dudamos, pero como le sucede a la gente del
norte, le cuesta reconocer que hay un derrumbe y va a lo más fácil: hallar un
culpable para que no haya responsables y simplificar, robotizar, la realidad
para someterla a los propios deseos.
Se acaba entonces el mensaje de la Tropical Radio que resumía
Cardenal: “Mientras la subsidiaria Tropical Radio cablegrafía a Boston:
“Esperamos que tendrá la aprobación de Boston la erogación hecha en diputados
nicaragüenses de la mayoría por los incalculables beneficios que para la
Compañía representa”.
Habrá seguramente nuevas noticias, alarmantes apreciaciones
del periodismo que habla no ya con pausas sino con pautas. No recordarán que
Augusto Monterroso escribió en una pared de Tegucigalpa por los años cuarenta
“No me Ubico”, respondiendo al dictador de Washington. Fue cuando Ubicó lo
ubicó en la prisión. Cuando Augusto despertó el dinosaurio aún estaba allí. Y
es posible que haya podido estar en pie hasta los días que corren. Vaya uno a
saber.
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