“El sacrificio de mi hijo Javier, ha sumido a
mi familia en el más profundo desconsuelo, tanto por la forma como ha
desaparecido como por la pérdida de una promesa para la cultura y el
pensamiento de mi patria”. Con estas palabras, el padre del poeta peruano Javier Heraud, denunciaba públicamente
el asesinato de su hijo de 21 años, maestro, profesor de de inglés y
literatura. En efecto, el 15 de mayo de 1963, cruzando el río Madre de dios,
frente a la ciudad peruana de Puerto Maldonado –y pese a que él como su
compañero no llevaban armas y sí habían levantado una bandera blanca-, eran
baleados por la policía local con proyectiles de caza (se usaban para cazar
animales salvajes) de los llamados doon-doon.
Heraud, se había unido hacía muy poco al Ejército de Liberación Nacional (ELN),
que encabezados por Hugo Blanco, apoyaban y promovían la resistencia en la
vasta zona de Chaupilallo.
El
joven poeta, se había consagrado a sus ideales de justicia. Su convicción de fundar
una sociedad sin injusticias ni opresiones, era sustancial, ineludible a su
voluntad. En esos años, las oligarquías latinoamericanas, azotaban los países.
En Perú, era reciente la dictadura de Manuel A. Odria, que había perseguido a
apristas y socialistas, desterrando a algunos de sus líderes. En 1956, cambió
el gobierno pero el sentido antipopular. Asumió Manuel Prado, como presidente,
y representante de la oligarquía terrateniente peruana.
Javier
Heraud, había escrito: “Porque mi patria
es hermosa, como una espada en el aire, y más grande ahora y aun, más hermosa
todavía, yo hablo y la defiendo con mi vida. No me importa lo que digan los
traidores, hemos cerrado el pasado con gruesas lágrimas de acero”. Ya no
temía morir, aunque fuera mucho lo que jugaba su patria: convicción, cultura,
decisión, justicia, valores, literatura, profesorado. Todo ello a cambio de ver
la liberación de su Perú, de las garras oligárquicas de siempre, de aquellos
que lo dominan todo, desde la llegada de los conquistadores españoles, y nos
dejaron sus lacras. El 0,4 % de los propietarios de tierras agropecuarias, eran
dueños del 76% de esas tierras peruanas. Una constante de América Latina.
En
el año 1961, el gobierno de Cuba –recientemente asumido-, anunció becas a
estudiantes peruanos. Javier Heraud, se postuló, siendo un joven de tan sólo 16
años, ya profesor, y poeta reconocido dos años después, por su libro El río, ya que había sido galardonado un
año antes, como el “Poeta joven del Perú”, por su poemario El viaje. Finalmente, fue aceptado, y pasó un tiempo visitando la
Universidad de La Habana, y recorriendo ese país.
Al
regreso, decidió poner en práctica la lucha política para liberar a Perú. Integró
algunos grupos de trabajo político y de acción. En una de esas operaciones de
entrenamiento, cruzaba el río con s compañero, a bordo de una pequeña canoa, y
allí fue acribillado a balazos.
Unos
días después de su muerte, el 24 de mayo de 1963, el profesor Washington
Delgado, escribía: “…Él fue mi amigo, y
yo lo conocí y sé que era bueno desde la punta de los dedos hasta el fondo del
alma; y cualquiera que lo haya conocido podrá atestiguarlo. Yo sé que era
inteligente y lúcido; quienquiera que haya leído sus versos podrá atestiguarlo
también. Un hombre bueno, inteligente y lúcido puede equivocarse, pero no
actuar irracional e inhumanamente. (…) De todas las muertes la más hermosa es
la que cumple las leyes de la humanidad, la que contribuye al sostenimiento de
la humanidad: la muerte de la madre por el hijo, la muerte de un hombre por su
pueblo.” Hoy se cumplen 57 años, de aquella muerte entre pájaros y árboles.
De la muerte de un lúcido poeta, inteligente, y autor de poemas, que no
morirán.
He aquí dos
de sus poesías:
MI CASA
I
Mi cuarto es
una
manzana,
con sus
libros,
con su cáscara,
con su cama
tierna para
la noche
dura.
Mi cuarto es
el
de todos,
es decir,
con su
lamparín que
me permite
reir
al lado de
Vallejos,
me permite
reir
la luz eterna
de
Neruda.
Mi cuarto, en
fin,
es una manzana,
con sus
libros,
sus papeles,
conmigo,
con su
corazón.
II
Por mi
ventana nada
el sol casi
todas
las mañanas.
Y en mi cara,
en mis manos,
en el dulce
clamor de la
luz pura,
abro mis ojos
entre la
noche muerta
entre la
tierna
esperanza de
quedar vivo
un
día más,
un nuevo día,
para
abrir los
ojos ante la
luz eterna.
EL RÍO
1
Yo soy un río,
voy bajando por
las piedras anchas,
voy bajando por
las rocas duras,
por el sendero
dibujado por el
viento.
Hay árboles a mi
alrededor sombreados
por la lluvia.
Yo soy un río,
bajo cada vez más
furiosamente,
más violentamente
bajo
cada vez que un
puente me refleja
en sus arcos.
voy bajando por
las piedras anchas,
voy bajando por
las rocas duras,
por el sendero
dibujado por el
viento.
Hay árboles a mi
alrededor sombreados
por la lluvia.
Yo soy un río,
bajo cada vez más
furiosamente,
más violentamente
bajo
cada vez que un
puente me refleja
en sus arcos.
2
Yo soy un río
un río
un río
cristalino en la
mañana.
A veces soy
tierno y
bondadoso. Me
deslizo suavemente
por los valles fértiles,
doy de beber miles de veces
al ganado, a la gente dócil.
Los niños se me acercan de
día,
y
de noche trémulos amantes
apoyan sus ojos en los míos,
y hunden sus brazos
en la oscura claridad
de mis aguas fantasmales.
un río
un río
cristalino en la
mañana.
A veces soy
tierno y
bondadoso. Me
deslizo suavemente
por los valles fértiles,
doy de beber miles de veces
al ganado, a la gente dócil.
Los niños se me acercan de
día,
y
de noche trémulos amantes
apoyan sus ojos en los míos,
y hunden sus brazos
en la oscura claridad
de mis aguas fantasmales.
3
Yo soy el río.
Pero a veces soy
bravo
y
fuerte
pero a veces
no respeto ni a
la vida ni a la
muerte.
Bajo por las
atropelladas cascadas,
bajo con furia y con
rencor,
golpeo contra las
piedras más y más,
las hago una
a una pedazos
interminables.
Los animales
huyen,
huyen huyendo
cuando me desbordo
por los campos,
cuando siembro de
piedras pequeñas las
laderas,
cuando
inundo
las casas y los pastos,
cuando
inundo
las puertas y sus
corazones,
los cuerpos y
sus
corazones.
Pero a veces soy
bravo
y
fuerte
pero a veces
no respeto ni a
la vida ni a la
muerte.
Bajo por las
atropelladas cascadas,
bajo con furia y con
rencor,
golpeo contra las
piedras más y más,
las hago una
a una pedazos
interminables.
Los animales
huyen,
huyen huyendo
cuando me desbordo
por los campos,
cuando siembro de
piedras pequeñas las
laderas,
cuando
inundo
las casas y los pastos,
cuando
inundo
las puertas y sus
corazones,
los cuerpos y
sus
corazones.
4
Y es aquí cuando
más me precipito
Cuando puedo llegar
a
los corazones,
cuando puedo
cogerlos por la
sangre,
cuando puedo
mirarlos desde
adentro.
Y mi furia se
torna apacible,
y me vuelvo
árbol,
y me estanco
como un árbol,
y me silencio
como una piedra,
y callo como una
rosa sin espinas.
más me precipito
Cuando puedo llegar
a
los corazones,
cuando puedo
cogerlos por la
sangre,
cuando puedo
mirarlos desde
adentro.
Y mi furia se
torna apacible,
y me vuelvo
árbol,
y me estanco
como un árbol,
y me silencio
como una piedra,
y callo como una
rosa sin espinas.
5
Yo soy un río.
Yo soy el río
eterno de la
dicha. Ya siento
las brisas cercanas,
ya siento el viento
en mis mejillas,
y mi viaje a través
de montes, ríos,
lagos y praderas
se torna inacabable.
Yo soy el río
eterno de la
dicha. Ya siento
las brisas cercanas,
ya siento el viento
en mis mejillas,
y mi viaje a través
de montes, ríos,
lagos y praderas
se torna inacabable.
6
Yo soy el río que viaja en
las riberas,
árbol o piedra seca
Yo soy el río que viaja en las orillas,
puerta o corazón abierto
Yo soy el río que viaja por los pastos,
flor o rosa cortada
Yo soy el río que viaja por las calles,
tierra o cielo mojado
Yo soy el río que viaja por los montes,
roca o sal quemada
Yo soy el río que viaja por las casas,
mesa o silla colgada
Yo soy el río que viaja dentro de los hombres,
árbol fruta
rosa piedra
mesa corazón
corazón y puerta
retornados,
árbol o piedra seca
Yo soy el río que viaja en las orillas,
puerta o corazón abierto
Yo soy el río que viaja por los pastos,
flor o rosa cortada
Yo soy el río que viaja por las calles,
tierra o cielo mojado
Yo soy el río que viaja por los montes,
roca o sal quemada
Yo soy el río que viaja por las casas,
mesa o silla colgada
Yo soy el río que viaja dentro de los hombres,
árbol fruta
rosa piedra
mesa corazón
corazón y puerta
retornados,
7
Yo soy el río que
canta
al mediodía y a los
hombres,
que canta ante sus
tumbas,
el que vuelve su rostro
ante los cauces sagrados.
al mediodía y a los
hombres,
que canta ante sus
tumbas,
el que vuelve su rostro
ante los cauces sagrados.
8
Yo soy el río anochecido.
Ya bajo por las hondas
quebradas,
por los ignotos pueblos
olvidados,
por las ciudades
atestadas de público
en las vitrinas.
Yo soy el río
ya voy por las praderas,
hay árboles a mi alrededor
cubiertos de palomas,
los árboles cantan con
el río,
los árboles cantan
con mi corazón de pájaro,
los ríos cantan con mis
brazos.
Ya bajo por las hondas
quebradas,
por los ignotos pueblos
olvidados,
por las ciudades
atestadas de público
en las vitrinas.
Yo soy el río
ya voy por las praderas,
hay árboles a mi alrededor
cubiertos de palomas,
los árboles cantan con
el río,
los árboles cantan
con mi corazón de pájaro,
los ríos cantan con mis
brazos.
9
Llegará la hora
en que tendré que
desembocar en los
océanos,
que mezclar mis
aguas limpias con sus
aguas turbias,
que tendré que
silenciar mi canto
luminoso,
que tendré que acallar
mis gritos furiosos al
alba de todos los días,
que clarear mis ojos
con el mar.
El día llegará,
y en los mares inmensos
no veré más mis campos
fértiles,
no veré mis árboles
verdes,
mi viento cercano,
mi cielo claro,
mi lago oscuro,
mi sol,
mis nubes,
ni veré nada,
nada,
únicamente el
cielo azul,
inmenso,
y
todo se disolverá en
una llanura de agua,
en donde un canto o un poema más
sólo serán ríos pequeños que bajan,
ríos caudalosos que bajan a juntarse
en mis nuevas aguas luminosas,
en mis nuevas
aguas
apagadas.
en que tendré que
desembocar en los
océanos,
que mezclar mis
aguas limpias con sus
aguas turbias,
que tendré que
silenciar mi canto
luminoso,
que tendré que acallar
mis gritos furiosos al
alba de todos los días,
que clarear mis ojos
con el mar.
El día llegará,
y en los mares inmensos
no veré más mis campos
fértiles,
no veré mis árboles
verdes,
mi viento cercano,
mi cielo claro,
mi lago oscuro,
mi sol,
mis nubes,
ni veré nada,
nada,
únicamente el
cielo azul,
inmenso,
y
todo se disolverá en
una llanura de agua,
en donde un canto o un poema más
sólo serán ríos pequeños que bajan,
ríos caudalosos que bajan a juntarse
en mis nuevas aguas luminosas,
en mis nuevas
aguas
apagadas.
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