y
nadie puede desmentirlo.
Cree
entre sus amigos de altura
que
Argentina se suicidó y quedan en pie
gente
como él que quieren irse y no se van
y
algún Santiago presumido apóstol
que
escribía publicidad de venenos para ratas
y
no alcanza a simbolizar esos instantes.
Cree
que los actores son patológicamente inseguros,
salvo
él que añora el país oligárquico
de
pueblo sin derechos
en
el país que acechaba las estadísticas
antes
de caer al populismo en 1930.
Esta
seguro y fanatizado
lo
más probable es que caiga del trapecio, sugiere;
supone
que el fin del país oligárquico
es
la decadencia y el error tras el error,
todo
lo demás son sus aciertos.
El
populismo de indias, no occidental lo atrapa
en
un personaje soberbio, implacable,
que
luce en las alturas sociales
desde
donde pronuncia sus discursos
nunca
dichos aunque ejercidos
donde
añora el “no poder hacerlo”
que
sucedió 2015-2019 cuando su líder
no
fue franco, fue brutal, rastrero y su rapiña
fue
apenas un remedio desilustrado
de
aquellos oligarcas del ensueño al pasado.
Su
vida hacia el Oscar es un ir y venir,
no
se irá como profetizó pero no se sabe si vuelve
mientras
los eurosabios rebosan de verdad
una
vez que hundieron en el plomo
y
en las arenas del desierto a Libia
para
sostener su pensamiento superior agónico.
Sus
oligarcas se tentaron con esa historia
y
tiene razón, anticiparon ciertos hechos,
hundieron
al Paraguay en sus pantanos
aunque
él jamás reconocerá que esos señores
se
hunden cada día en las ciénagas de Curupaity
y
a veces mueren dos veces
porque
no les va quedando ni el recuerdo.
Eso
sí, como lo enseñó Visconti,
siempre
hay un gran actor en el ejercicio
de
la estricta razón de los abismos.
Poema está inspirado en Oscar Martínez y su discurso de añoranzas de la oligarquía que capotó en 1930. Muchas de las afirmaciones vergonzosas le pertenecen como el anuncio suyo según el cual se iba del país si ganaba el peronismo.
*Poeta, escritor, periodista
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