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POETA FRANCISCO “PACO” URONDO, A 44 AÑOS DE SU ASESINATO

Francisco “Paco” Urondo, poeta argentino, fue asesinado el 17 de Junio de 1976, cuando sólo contaba con 46 años de edad. El hecho ocurrió a pocos meses de producirse el golpe de Estado cívico-militar. En Diciembre de ese mismo año, fue desaparecida su hija Claudia Urondo.

Paco Urondo -como se lo conoció por siempre-, había nacido en la provincia de Santa Fe, el 10 de Enero de 1930. Merced a su labor de creador, por ejemplo en la elaboración de guiones cinematográficos –Pajarito Gómez, y, Noche Terrible-, o en arte exclusivamente, ocupando la Dirección de Arte de la Universidad del Litoral, en 1957, ó al año siguiente, que ocupa la Dirección de Cultura de la Provincia de Santa Fe.

La participación de Urondo en la militancia política, fue activa, incorporándose a principios de los años 70´, a las organizaciones especiales del peronismo. Su pareja Liliana Massaferro, primero, y Alicia Raboy después, también militaron con él.

En 1973, cuando el país abría nuevas ventanas democráticas, ocupó la Dirección del Departamento de Letras de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA.

OBRA

Realizó colaboración en la Revista Poesía Buenos Aires. Fue guionista, dramaturgo, y periodista. Trabajó en La Opinión, Primera Plana, y Noticias. Sus obras más destacadas de poesía, son Historia antigua, 1956; Breves, 1959; Lugares, 1961; Nombres, 1963; Del otro lado, 1967; Adolecer, 1968; Son memorias, 1970; Poemas póstumos, 1972; La Patria fusilada, 1973. En éste último libro, realizó entrevistas a sobrevivientes de la masacre de Trelew, publicado por la editorial Crisis en 1973. También publicó los textos de relatos Todo eso, 1966; y Al tacto, 1967.

El historiador y periodista Osvaldo, quien en 1967 era secretario de redacción del diario Clarín, lo recordó así: "Paco era el prototipo del hombre fino, se vestía de forma muy atildada. Tenía una sonrisa que parecía como si fuera un gesto de su cara. Muy culto y de conversación tranquila. Era una especie de izquierdista moderado ilustrado. Como periodista era muy bueno, bien calificado".

Paco Urondo, en la historia de la poesía latinoamericana, siguió los pasos trágicos de los poetas salvadoreño Roque Dalton, del peruano Javier Heraud, y del guatemalteco Otto René Castillo.

 

LA VOZ DE ANGEL RAMA, EN 1977

 Una ficha diría: Tenía 46 años, había nacido en Santa Fe. Era poeta, narrador, había incursionado en el ensayo y el teatro, pero con fervor había sido siempre periodista. Ya con Breves, su tercer libro de 1959, está el poeta formado, pero sólo en la década del sesenta, con Nombres, Del otro lado, Adolescer, percibimos el acento propio dentro de esa antipoesía áspera, tanguera, sentimental, que también cultivaron Gelman y Fernández Moreno entre otros. Esa sí que fue una década espléndida: dos libros de narrativa, un exitoso estreno teatral (Sainete con variaciones), un ensayo beligerante (Veinte años de poesía argentina), pero más que la escritura, el furor de vivir, el descubrimiento de la revolución cubana, la incorporación tumultuosa al peronismo de izquierda, el gran "amok" que lo llevó a la cárcel de donde el pueblo alzado lo sacó para llevarlo dirigir los estudios literarios de la Universidad. Por entonces, el jurado del concurso La Opinión-Sudamericana recomendó la publicación de su novela Los pasos previos, que definió así Rodolfo Walsh: "Una crónica tierna, capaz que dramática, de las perplejidades de nuestra intelligentzia ante el surgimiento de las primeras luchas populares". Parece que estuviéramos contando el modelo intelectual de los sesenta en toda América.

La novela se publicó en 1974 pero recién ahora la leí. Quizás por el estéril esfuerzo de dialogar con alguien que conocí, que ví arder, y con quien no hablaré ya. La concluí y sin detenerme comencé a leerla otra vez. No pienso que sea una gran obra, pero es un documento sobre nuestras vidas que desde esta orilla resulta alucinante. Es simplemente la historia -fiel, sumisa, leal, cotidiana- de la incorporación del equipo intelectual latinoamericano a la lucha revolucionaria en la década anterior. Su tema central es un incesante debate, a través de cafés, teatros, conferencias, camas, garitos clandestinos, de las razones y sinrazones del alzamiento armado. Demasiada gente y de la mejor que teníamos se perdió en esa lucha como para que pueda pasar indiferente por esta historia: está excluido el torpe desdén, pero también la exaltación romántica del héroe (salvo para los muy adolescentes, sea cual fuere su edad física) y por momentos, cuando uno se abandona emocionalmente a esta evocación, puede sentirse que el solo hecho de seguir viviendo es indecente.

Leída desde la perspectiva de la derrota de esta batalla (no de esta guerra) se altera todo su sistema de significación: se lee como el diagrama de una gran equivocación, como el comportamiento extraviado de una razón que no atinó a medir la realidad, como el pecado hijo del irrealismo cuando no del idealismo. Pero todo eso, los pro y los contra, las prevenciones del realismo y las exaltaciones de un idealismo que desciende directamente de la educación tradicional, está previsto en las páginas malrauxianas de la novela. Los diálogos del protagonista Mateo con el viejo militante Rinaldi se adelantan a nuestros argumentos. Ese joven, que es un intelectual promedio, que quiere la justicia de inmediato, que poco sabe del pueblo y menos de las teorías marxistas, que es arrastrado por su idealismo sin poder conmover a la burguesía de la cual procede, ese hombre que duda y quiere y tiene miedo, de pronto se trasmuta en el alzado en armas sin saber cómo ni dónde, en medio de paisajes de pesadilla, y es sin duda el justo y es también el cordero del sacrificio que avanza hacia la fatalidad. Si no se le puede acompañar, tampoco se le puede combatir. En estos "pasos previos" muchos podrán avizorar los "pasos últimos", sin necesidad de apelar a la "crítica de las armas" que Debray opuso a su anterior "revolución en la revolución".

Pero la emoción de esa figura que avanza o es arrastrada al sacrificio quizá no sea un rezago romántico sino un anticipo de una nueva solidaridad humana, lo que, como el paradigma fáustico de Goethe, hasta en el error contribuye al futuro.

"El Nacional", Caracas, 04/01/1977

Fuente: Los pasos previos, Francisco Urondo (1974), reeditado 1999 por Adriana Hidalgo Editora

 Fuente: http://www.elortiba.org/old/urond.html#Poes%C3%ADas,_vindicadores_y_ajos_

 

SEMBLANZA ESCRITA EN OCASIÓN DE LA MUERTE DE PACO URONDO

por Rodolfo Walsh

Mi querido Paco:

Me han pedido que escriba una semblanza tuya. Es lo último que yo hubiera querido escribir, pero me doy cuenta que es necesario que alguien empiece a decir algo de tu hermosa vida, antes que otros, con más capacidad, puedan estudiarla junto a tu obra.

Lo primero que me acude a la memoria es la frase de un poeta guerrillero checo, al que mataron los nazis, que dejó escrito: “Recuérdenme siempre en nombre de la alegría”.

Para nosotros, Paco, la alegría era muchas cosas de cada día: la compañera, la hija, el hijo y los nietos, un truco, un verso, una ginebra. Pero más que nada era una certidumbre permanente, como una fiebre del día y de la noche que nos hace creer que vamos a ganar, que el Pueblo va a ganar.

Es en nombre de esa última alegría, la que vos no viste y yo no sé si voy a poder ver, que te escribo. Tal vez por ahí me salga la semblanza.

Te lloramos, hombres y mujeres, quién podría no llorarte.(…)

En estos días que han pasado desde que te mataron, me he preguntado qué es lo importante de tu vida y de tu muerte, qué cosa te distingue, qué ejemplo podríamos sacar, qué lección nos dio Francisco Urondo.

Tengo una respuesta provisoria en las cosas evidentes que pudiste ser y en las más desconocidas que elegiste.

Llegaste a los cuarenta años con la pasta de los grandes escritores, que no es más que una forma de mirar y una forma de escuchar, antes de escribir. El problema para un tipo como vos y un tiempo como éste, es que cuando más hondo se mira y más callado se escucha, más se empieza a percibir el sufrimiento de la gente, la miseria, la injusticia, la crueldad de los verdugos. Entonces ya no basta con mirar, ya no basta con escuchar, ya no alcanza con escribir.

Pudiste irte. En París, en Madrid, en Roma, en Praga, en la Habana, tenías amigos, lectores, traductores. Podías sentarte a ver desfilar en tu memoria el ancho río de tu vida, la vida de los tuyos, volcarlos en páginas cada vez más justas, cada vez más sabias. Con el tiempo quién lo duda, habrías figurado entre esos grandes escritores que eran tus amigos, tu nombre asociado al nombre de tu país, pedirían tu opinión sobre los problemas que agitan al mundo.

Preferiste quedarte, despojarte, igualarte a los que tenían menos, a los que no tenían nada. Lo que era tuyo era fruto de tu esfuerzo, pero igual lo consideraste un privilegio y lo fuiste regalando con una sonrisa. (…)

Estuviste preso, sobre el fin de la dictadura de Lanusse. En la cárcel, sin esperarla, volvió la literatura. Esa noche del 25 de mayo de 1973, cuando el pueblo victorioso embestía contra los muros de Devoto y centenares de compañeros festejaban la libertad inminente, te encerraste con los sobrevivientes del fusilamiento de Trelew y una grabadora. Escuchaste, mientras en la calle subía ese rugido impresionante de la multitud empujando la reja “¡abran carajo, o se la echamos abajo!”. Escuchaste como nunca, atento a cada temblor en la voz de los que habían resucitado del espanto. Manejaste esa historia como de chico debiste manejar el bote, allá en tu río, dejándote llevar por su corriente, con apenas un toque de tu pala –una pregunta- para enderezar el rumbo. Allí fue más cierto que nunca que escribir es escuchar. De ese impecable ejercicio de silencio salió La patria fusilada, un libro que ya no era tuyo, porque era de muchos. (…)

No te hacías ilusiones sobre la supervivencia personal. En todo caso, estabas preparado para la muerte, como las decenas de muchachos y muchachas que se juegan diariamente en una pinza, en una operación. O más bien como decías en uno de tus poemas: “Anoche soñé –seguía diciendo el soldado- que mi hija y mi nieto nacían simultáneamente en este mundo que vendrá. Ahora puedo morir en paz, aunque sería mejor que esto ocurra dentro de mucho tiempo”.

No fue tanto, cuando te llegó el momento –en una cita de rutina y te batiste. Ellos eran demasiados en esa tarde aciaga. Un coronel te insultó en un comunicado, los diarios no se atrevieron a publicar tu nombre, te iban a enterrar como a un perro cuando te recuperamos.

Era el fin de una parábola. Son los pobres de la tierra, los trabajadores secuestrados, los torturados, los presos que fusilan simulando combates. Son las masas las que van a sepultar a tus verdugos en el tacho de basura de la Historia.

No soy quién para decir cuál fue tu mejor libro, tu mejor cuento, la mejor línea de tus poemas. Pero pienso que tu obra literaria, tan inseparable de tu vida, nos va a ayudar a resolver esa pregunta tan trillada sobre lo que puede hacer un intelectual revolucionario.

Puede hablar con su pueblo y de su pueblo poniendo en ese diálogo lo mejor de su inteligencia y de su arte; puede narrar sus luchas, cantar sus penas, predecir sus victorias. Ya eso es suficiente, ya eso justifica. Pero vos nos enseñaste que no le está prohibido dar un paso más, convertirse él mismo en un hombre del pueblo, compartir su destino, compartir el arma de la crítica con la crítica de las armas. Gracias por esa lección.

Rodolfo Walsh.

Semblanza escrita en ocasión de la muerte de Paco Urondo. Julio de 1976.

 

Fuente:

http://www.juangelman.net/2011/08/07/semblaza-escrita-en-ocasion-de-la-muerte-de-paco-urondo-por-rodolfo-walsh/

  

DOS POEMAS DE FRANCISCO “PACO” URONDO:

 

LA PURA VERDAD

 

Si ustedes lo permiten,
prefiero seguir viviendo.

Después de todo y de pensarlo bien, no tengo
motivos para quejarme o protestar:

siempre he vivido en la gloria: nada
importante me ha faltado.

Es cierto que nunca quise imposibles; enamorado
de las cosas de este mundo con inconsciencia y dolor y miedo y

apremio.

Muy de cerca he conocido la imperdonable alegría; tuve
sueños espantosos y buenos amores, ligeros y culpables.

Me averguenza verme cubierto de pretensiones; una gallina torpe,
melancólica, débil, poco interesante,

un abanico de plumas que el viento desprecia,
caminito que el tiempo ha borrado.

Los impulsos mordieron mi juventud y ahora, sin darme cuenta,

voy iniciando
una madurez equilibrada, capaz de enloquecer a cualquiera

o aburrir de golpe.

Mis errores han sido olvidados definitivamente; mi memoria ha

muerto y se queja
con otros dioses varados en el sueño y los malos sentimientos.

El perecedero, el sucio, el futuro, supo acobardarme, pero lo he derrotado
para siempre; sé que futuro y memoria se vengarán algun día.

Pasaré desapercibido, con falsa humildad, como la Cenicienta,

aunque algunos
me recuerden con cariño o descubran mi zapatito y también

vayan muriendo.

No descarto la posibilidad
de la fama y del dinero; las bajas pasiones y la inclemencia.

La crueldad no me asusta y siempre viví deslumbrado
por el puro alcohol, el libro bien escrito, la carne perfecta.

Suelo confiar en mis fuerzas y en mi salud
y en mi destino y en la buena suerte:

sé que llegaré a ver la revolución, el salto temido
y acariciado, golpeando a la puerta de nuestra desidia.

Estoy seguro de llegar a vivir en el corazón de una palabra;
compartir este calor, esta fatalidad que quieta no sirve y se corrompe.

Puedo hablar y escuchar la luz
y el color de la piel amada y enemiga y cercana.

Tocar el sueño y la impureza,
nacer con cada temblor gastado en la huida

Tropiezos heridos de muerte;
esperanza y dolor y cansancio y ganas.

Estar hablando, sostener
esta victoria, este puño; saludar, despedirme

Sin jactancias puedo decir
que la vida es lo mejor que conozco

 

 

 

LA VERDAD ES LA ÚNICA REALIDAD

 

Del otro lado de la reja está la realidad, de
este lado de la reja también está
la realidad; la única irreal
es la reja; la libertad es real aunque no se sabe bien
si pertenece al mundo de los vivos, al
mundo de los muertos, al mundo de las
fantasías o al mundo de la vigilia, al de la explotación o de la producción.
Los sueños, sueños son; recuerdos, aquel
cuerpo, ese vaso de vino, el amor y
las flaquezas del amor, por supuesto, forman
parte de la realidad; un disparo en
la noche, en la frente de estos hermanos, de estos hijos, aquellos
gritos irreales de dolor real de los torturados en
el angelus eterno y siniestro en una brigada de policía
cualquiera
son parte de la memoria, no suponen necesariamente el presente, pero
pertenecen a la realidad. La única aparente
es la reja cuadriculando el cielo, el canto
perdido de un preso, ladrón o combatiente, la voz
fusilada, resucitada al tercer día en un vuelo inmenso cubriendo la Patagonia
porque las
masacres, las redenciones, pertenecen a la realidad como
la esperanza recatada de la pólvora, de la inocencia
estival: son la realidad, como el coraje y la convalecencia
del miedo, ese aire que se resiste a volver después del peligro
como los designios de todo un pueblo que marcha hacia la victoria
o hacia la muerte, que tropieza, que aprende a defenderse, a rescatar
lo suyo, su
realidad.
Aunque parezca a veces una mentira, la única
mentira no es siquiera la traición, es
simplemente una reja que no pertenece a la realidad.

Cárcel de Villa Devoto, abril de 1973

 

Fuente:

https://www.poemas-del-alma.com/francisco-urondo.htm

 

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