Sin dudas que transitar,
afrontar y superar la crisis y efectos múltiples de la “PANDEMIA”, es un
desafío para quien actúa con plena convicción, sin siquiera considerar
otra opción que no sea el de lograr un resultado victorioso, en un marco
complejo de intereses entre cruzados y donde está en juego nada más y
nada menos que la vida misma, al decir de un entrañable amigo “…esto es
solo para valiente”.
En tiempos inauditos,
inexperimentados, repentinamente la humanidad toda se encontró en una
situación de fragilidad o precariedad total, vivir o
sobrevivir en una realidad que pulveriza el ego y la prepotencia y en
lugar de avizorar “un horizonte de futuro” (1), nos invade la
incertidumbre y el temor. Estamos encerrados, muertos de miedo, vivos de miedo,
sin más recurso que dejar de hacer lo que hacemos, de ser lo que somos y,
esperar, y solo esperar que la desgracia no nos alcances.
Un gran avance: la
sociedad global te permite tener miedo en varios sitios. Y el virus lo
justifica: llevamos semanas y semanas dedicadas a tener miedo, a encerrarnos
por causa del miedo, a dejar mucho de lo que hacemos, mucho de lo que somos por
el miedo
En la obra “SINFÍN” (2),
la línea argumental refiere que “… la condición para acceder a la vida
después de la muerte es aceptar el asilamiento eterno…”, nuestra
realidad – más modesta- nos pide este asilamiento transitorio como
condición para seguir vivos unos años mas; no obstante que está claro que
este aislamiento nos convierte a todos en una especie de rara de pre-enfermos,
casi –enfermos, enfermos en potencial, aunque no tenemos nada malo o anómalo en
el cuerpo pero debemos quedarnos encerrados, esperando, acechando con miedo el
momento que quizás tosamos, nos sanitamos febriles, esas señales que
dirían, si aparecen, que todo se derrumba.
Y estamos invadidos por
el susto y, según las informaciones que trascienden, viviremos condicionados
por el susto por mucho tiempo: socialmente distanciados, encerrados, aunque en
muchos casos telecomunicados, teletrabajando, telerreuniéndonos, telelitigando,
telesesionando, en un contexto de temor. Hasta nos llegan a convencer que
el miedo es el propio ordenador y que debemos tratar de
pensar en un futuro miedoso. Y no pensamos sobre las consecuencias, que
vamos a tener vidas muy distintas: la nueva “normalidad” va a
estar teñida de diferencias, de desigualdades. Algunos que tienen recursos
económicos no van a poder viajar, otros los mas menos
pudientes no van a poder trabajar por mucho tiempo. El sistema y el
Estado viral no convenció que todo es terrible: que el aislamiento
es imprescindible, que el peligro es el otro, cualquier otro, que el otro es el
mismo infierno. Hablamos de solidaridad, pero nos tememos unos
otros como a la peste misma. Ahora cualquier persona es la amenaza. No es
necesario ser un terrorista para sembrar terror, alcanza con ser un ser humano,
un picaporte o una caja de pizza. En definitiva el miedo está instalado
como un reflejo fuerte.
El miedo siempre estuvo
presente en nuestras vidas, en nuestras sociedades. Pero nunca como en estos
días. Calles, escuelas clausuradas, trabajos cerrados: encerrados, nos
concentramos en temer. Vivimos bajo el influjo de la paranoia de Estado.
El Estado —los estados, cada estado— nos dice que debemos tener
miedo y lo tenemos. Por supuesto, nuestro miedo es lógico: la amenaza es real.
Pero estos días sirven también para enseñarnos a obedecer los imperativos que
ese miedo produce. No hay nada que los Estados usen más para controlar a sus
súbditos que el miedo. Y el miedo los justifica: explica que, entre otras
cosas, les permitamos ejercer su violencia sobre nosotros por nuestro propio
bien, porque ellos saben lo que necesitamos.
El mecanismo es clásico: tenemos miedo de algo — siempre tenemos
miedo de algo: de quedarnos sin comida, de que nos mate el enemigo, de
envejecer, de los vecinos— y entonces el Estado nos protege y alguna religión
nos protege.
Para eso tenemos que creer: creer que hay un buen
presidente o líder que sabe lo que hace y nos guiará con éxitos, que hay
un Dios que nos quiere y nos cuida. Ello porque, bien lo definió Kant “…El
ser humano es el único animal que necesita un líder para vivir”.
Mucho de lo que pase de
ahora en más dependerá de que sepamos encontrar la forma de superarlo,
olvidar el miedo, deshacernos del miedo y sus efectos.
Desde la historia hay
señales claras que luego de las Pandemia registradas se produjeron fuertes
cambios. En el caso de Atenas (430 A.C), afectó la salud de Pericles y
terminó con lo que los historiadores denominaron “El siglo de Pericles”,
mas de 30 años de gobierno, en la Edad Media, la peste negra,
genero el quiebre del sistema medieval, danto paso al Renacimiento, la
denominada gripe española con más de 50 millones de muerte, produjo profundos
cambios en la estructura social y económica de España.
La lógica económica en
tiempos de pandemia, ahora y entonces, sencillamente difiere de la lógica
económica en tiempos normales. “Una pandemia es económicamente tan
destructiva por sí misma que las medidas restrictivas, si están bien diseñadas,
ayudan a que el golpe sea menor”.
Todas las
precauciones son pocas: el mundo y la economía han cambiado, y mucho, desde
entonces. Pero la epidemia de gripe de principios del siglo pasado, según
estiman los investigadores Sergio Correia, Stephan Luck y Emil Verner, también
deja algunas lecciones válidas para afrontar el choque económico del
coronavirus. Entre ellas “… que las ciudades que se adelantaron en la
toma de medidas de distanciamiento social y fueron más agresivas en su
aplicación “no solo no tuvieron un desempeño peor, sino que crecieron más
rápido cuando la pandemia pasó”. Y que “las intervenciones no
farmacológicas [entre ellas, el cierre de colegios, teatros e iglesias; la
prohibición de reuniones públicas y funerales; la puesta en cuarentena de los
casos sospechosos y la restricción de apertura de negocios] no solo redujeron
la mortalidad: también mitigaron las consecuencias económicas adversas de la
pandemia”, cierran los investigadores, los dos primeros de la Reserva
Federal de EE UU y de la Reserva Federal de Nueva York y el tercero, del
Massachusetts Institute of Technology (MIT).
Una mirada
local: si tenemos en cuenta las conclusiones citadas más arriba, podemos
coincidir que en la Argentina el Presidente Alberto Fernández, y en
Formosa, en particular el Gobierno conducido por Gildo Insfran tomaron
las decisiones adecuadas y se gestiona en forma correcta para preservar
la salud de tod@s los Argentinos y en el caso de nuestra provincia,
de los formoseñ@s, lo que posibilita afrontar en mejores condiciones las
contingencias derivadas de la Pandemia, lo que permite que a la fecha
Formosa sea siendo una de los dos (2) provincias del País, sin registrar
casos positivos de CORONAVIRUS. Resulta menester señalar que entre las
decisiones adoptadas, existen hechos positivos que van más allá de las
que comprenden lo farmacológico y que no registra parangón en la historia de
nuestra provincia, dejando al descubierto actitudes mezquinas y deshumanizadas
de sectores del empresariados local, quienes en su afán lucrativos
hasta ponían en riesgo la salud de los habitantes de nuestra provincia. Más de
15 mil kilogramos de mercaderías y hasta específicos medicinales, con clausuras
de decenas de locales, demuestran en forma palmaria que el Estado
Provincial desarrolla acciones que apuntan a brindar una cobertura
integral eficaz. Ello, es justo señalarlo resultara saludable que
sea una constante hacia el futuro y que la responsabilidad y la ética
sea un valor que caracterice al empresariado local.
Finalmente y en la misma línea de cuidarnos entre todos,
comparto las reflexiones del Santo Padre Francisco, cuando refiriéndose a la
Pandemia expreso: “...Si actuamos como un solo pueblo incluso ante las otras epidemias
que nos acechan, podemos lograr un impacto real”, alienta, al recordar en
todo momento que "Dios jamás abandona a su pueblo, está
siempre junto a él, especialmente cuando el dolor se hace más presente".
Francisco concluye su meditación llamando a todos a no tener miedo
y a dejarse transformar por la crisis actual. "No tengamos miedo a
vivir la alternativa de la civilización del amor, que es una civilización de la
esperanza: contra la angustia y el miedo, la tristeza y el desaliento, la
pasividad y el cansancio. La civilización del amor se
construye cotidianamente, ininterrumpidamente. Supone el esfuerzo comprometido
de tod@s. Supone, por eso, una comprometida comunidad de hermanos".
Notas
1) Ortega
y Gasset.” La Rebelión de las Masas”.
2) Carreño,
Martin. “SINFÍN”.
*Licenciado
en Historia.
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