El
filósofo francés Michel Foucault (1926-1984), se refirió a la peste en varias de
sus obras. En forma específica, en su libro Vigilar
y Castigar, que se publicó en Francia, en 1976, aludió a los reglamentos
que debían regir en ocasiones de enfrentar la peste.
“He
aquí, según un reglamento de fines del siglo XVIII, las medidas que había que
adoptar cuando se declaraba la peste en una ciudad.
En
primer lugar, una estricta división espacial: cierre, naturalmente de la
ciudad, del terruño, prohibición de salir de la zona bajo pena de la vida,
sacrificio de todos los animales errantes; división de la ciudad en secciones
distintas en las que se establece el poder de un intendente. Cada calle queda
bajo la autoridad de un síndico, que la vigila; si la abandonara, sería
castigado con la muerte. El día designado, se ordena a cada cual que se
encierre en su casa, con la prohibición de salir de ella, so pena de la vida. El
síndico cierra en persona, por el exterior, la puerta de cada casa, y se lleva
la llave, que entrega al intendente de sección; éste la conserva hasta el término
de la cuarentena. Cada familia habrá hecho sus provisiones; pero por lo que
respecta al vino y al pan, se habrá dispuesto entre la calle y el interior de
las casas unos pequeños canales de madera, por los cuales se hace llegar a cada
cual su ración, sin que haya comunicación entre los proveedores y los
habitantes; en cuanto a la carne, el pescado y las hierbas, se utilizan poleas
y cestas. Cuando es preciso en absoluto salir de las casas, se hace por turno,
y evitando todo encuentro. No circulan por las calles más que los intendentes,
los síndicos, los soldados de la guardia, y también entre las casas infectadas,
de un cadáver a otro, los “cuervos”, que es indiferente abandonar a la muerte. Son
éstos “gentes de poca monta, que transportan a los enfermos, entierran a los
muertos, limpian y hacen muchos oficios viles y abyectos”. Espacio recortado,
inmóvil, petrificado. Cada cual está pegado a su puesto. Y si se mueve, le va
en ello la vida, contagio o castigo.”
De Vigilar
y castigar, 1983, pp. 199.