“A un indio tomado prisionero en un encuentro
de armas se le ató al cuello un cordel cuyo extremo opuesto fue asegurado a la
cincha del caballo en que montaba el soldado que debía conducirle. Puesto éste
en marcha y cuando el cordel perdió su elasticidad, el indio cayó como un
tronco, pues no dio un solo paso, ni profirió la más ligera queja”; fue
necesario dejarlo porque él prefería la muerte a la esclavitud”.
Luis Jorge Fontana “El Gran Chaco”
En su estudio
preliminar al "Gran Chaco" de Luis Jorge Fontana, Ernesto J. A.
Maeder (1977) escribió: "El Chaco constituyó, durante mucho tiempo, un
grave problema para la nación. Ni los españoles de los siglos XVI y XVII, ni
las misiones jesuíticas a mediados del siglo XVIII lograron asentar allí sus
reales de manera definitiva, ni tampoco reducir el dominio del indio (...) Solo
cuando la estabilidad institucional se hizo más firme, cuando la política del
Estado previó un programa sostenido de inmigración, de oferta de tierras
públicas, de colonización y de comunicaciones, fue posible abordar con eficacia
la cuestión del Chaco. Ese proceso se llevó a cabo entre 1870 y 1884(...) Así,
la conquista militar del territorio, su organización institucional, incluyendo
la definición de sus límites externos e internos, y por fin, la colonización
(…) una vez finalizada la guerra con Paraguay, y por cuestiones de límites
internacionales, el presidente Sarmiento se decidió a crear por decreto del 31
de enero de 1872 la gobernación de los territorios del Chaco con capital en
Villa Occidental. Este primer territorio nacional comprendí lo que entonces se
conocía como los tres Chacos: el austral, entre el norte santafesino y el
Bermejo; el central, entre este río y el Pilcomayo; y parte del boreal, entre
el Pilcomayo y el río Verde, región esta última que después de los tratados de
paz de 1876 quedó sometida al arbitraje. En 1878 el fallo del presidente
norteamericano obligó a la Argentina a desocupar el Chaco boreal y por lo tanto
a las autoridades de la gobernación a trasladar su sede a Formosa, fundada en
1879 (…) El cierre de esta etapa de fundación se produjo en 1884 con dos
acontecimientos decisivos: la campaña militar de Victorica y la ley de
territorios nacionales. Con la primera pareció consolidarse la seguridad y
extenderse el dominio efectivo sobre el señorío del indio…”
Las narraciones convergentes con la “gran novela nacional” (Trinchero, 2000; Acevedo, 2010), presentaron el asalto militar final contra los últimos bastiones indígenas del Chaco (Gordillo, 2010), como una gesta fundacional, un necesario hito “civilizador”. Sin embargo, detrás de la épica, los objetivos capitalistas de la empresa estaban muy claros para los propios actores de la época. En julio de 1884, el presidente Julio Argentino Roca justificaba la necesidad de la expansión militar al Chaco, con estos argumentos: “Debemos remover las fronteras con los indígenas; éstos deben caer sometidos o reducidos bajo la jurisdicción nacional, pudiendo entonces entregar (tierras) seguras a la inmigración y a las explotaciones de las industrias de la civilización esas doce mil leguas que riegan el Bermejo, el Pilcomayo, el Paraná y el Paraguay…” (Citado en Lenton, 2005)
El acorralamiento ecológico de los indígenas, la usurpación de tierras -acciones en que el Ejército asesinó a cientos de combatientes y tomó miles de prisioneros-, el robo de un gigantesco botín de ganado y caballos, el traslado, reubicación y proletarización forzada- mano de obra barata para ingenios y obrajes-, se realizó con el fin de profundizar el capitalismo en la región. En Chaco y Formosa, se instalaron reducciones, que “fueron un sistema moderno de control social, un sistema disciplinario sobre los sujetos, sus actividades, sus espacios y el uso de su tiempo” (Musante, 2018; 241). Un sistema de dominación –no siempre transparente, nítido o autoconsciente-, que contó como pilar fundamental a la iglesia católica, e incluso al poder pastoral de los anglicanos (Gómez, 2018) Muchas veces, eran los propios indígenas que veían a algunas de estas misiones como “refugios” ante la violencia del estado, los criollos y el Ejército.
La fundación de Formosa, no es un “hito” desgajado de ese proceso general de violenta expansión estatal y sometimiento e “incorporación subordinada” (Briones, 2000; Mandrini, 2012). La historiografía oficial, apologética de las campañas militares y el “crisol autorizado” de los “pioneros”, evade convenientemente los conflictivos orígenes provinciales. Las narraciones monumentales, y fundamentalmente, el código disciplinar escolar dominante, constituyen solo una estación dentro de un vasto discurso encràtico al interior de la gubernamentalidad neoliberal vernácula. No se trató del inicio de una improbable y dudosa “identidad” formoseña, sino de un aspecto dentro del complejo proceso de consolidación del Estado nacional, forjado en los “desiertos” del sur y del norte sobre la base de prácticas sociales genocidas.
Las narraciones convergentes con la “gran novela nacional” (Trinchero, 2000; Acevedo, 2010), presentaron el asalto militar final contra los últimos bastiones indígenas del Chaco (Gordillo, 2010), como una gesta fundacional, un necesario hito “civilizador”. Sin embargo, detrás de la épica, los objetivos capitalistas de la empresa estaban muy claros para los propios actores de la época. En julio de 1884, el presidente Julio Argentino Roca justificaba la necesidad de la expansión militar al Chaco, con estos argumentos: “Debemos remover las fronteras con los indígenas; éstos deben caer sometidos o reducidos bajo la jurisdicción nacional, pudiendo entonces entregar (tierras) seguras a la inmigración y a las explotaciones de las industrias de la civilización esas doce mil leguas que riegan el Bermejo, el Pilcomayo, el Paraná y el Paraguay…” (Citado en Lenton, 2005)
El acorralamiento ecológico de los indígenas, la usurpación de tierras -acciones en que el Ejército asesinó a cientos de combatientes y tomó miles de prisioneros-, el robo de un gigantesco botín de ganado y caballos, el traslado, reubicación y proletarización forzada- mano de obra barata para ingenios y obrajes-, se realizó con el fin de profundizar el capitalismo en la región. En Chaco y Formosa, se instalaron reducciones, que “fueron un sistema moderno de control social, un sistema disciplinario sobre los sujetos, sus actividades, sus espacios y el uso de su tiempo” (Musante, 2018; 241). Un sistema de dominación –no siempre transparente, nítido o autoconsciente-, que contó como pilar fundamental a la iglesia católica, e incluso al poder pastoral de los anglicanos (Gómez, 2018) Muchas veces, eran los propios indígenas que veían a algunas de estas misiones como “refugios” ante la violencia del estado, los criollos y el Ejército.
La fundación de Formosa, no es un “hito” desgajado de ese proceso general de violenta expansión estatal y sometimiento e “incorporación subordinada” (Briones, 2000; Mandrini, 2012). La historiografía oficial, apologética de las campañas militares y el “crisol autorizado” de los “pioneros”, evade convenientemente los conflictivos orígenes provinciales. Las narraciones monumentales, y fundamentalmente, el código disciplinar escolar dominante, constituyen solo una estación dentro de un vasto discurso encràtico al interior de la gubernamentalidad neoliberal vernácula. No se trató del inicio de una improbable y dudosa “identidad” formoseña, sino de un aspecto dentro del complejo proceso de consolidación del Estado nacional, forjado en los “desiertos” del sur y del norte sobre la base de prácticas sociales genocidas.
*Esp en Historia
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