Como bien afirmaba el historiador cultural inglés Raymond Williams en Tragedia moderna (2014), la idea de tragedia, puede circular por diferentes dimensiones: “una experiencia inmediata, un cuerpo de literatura, un conflicto teórico, un problema académico.” La vida cotidiana, de profundas vivencias en muchísimas ocasiones, nos depara alguna experiencia inmediata, dolorosa, desesperanzadora, como la muerte de siete niños pequeños ó bebés, de origen wichí, en la provincia de Salta.
El escenario es al Este, limítrofe con la provincia de Formosa. Las causas: desnutrición, hambre, deshidratación. Causas evitables, absolutamente evitables. Muertes trágicas. ¿Ninguna acción del ser humano pudo prever, evitar, realizar intentos de normalizar la vida de seres humanos inocentes, desdichados, aunque ellos no tengan conciencia de ello?
La última niña en morir, la séptima (increíble que coloquemos números), falleció por un cuadro crítico de deshidratación. Hace unos días, uno de los niños, de dieciocho meses de edad, murió por un shock séptico, desnutrición y neumonía multifocal. Sucedió en el Hospital Materno Infantil de Salta capital. El niño residía con su familia en Misión El Chañar (Rivadavia Banda Sur), en el norte de la provincia. Se trata de una de las zonas de mayor pobreza. En 2016, la pobreza en Salta, era del 25,4 %, mientras que en el primer semestre de 2019 (INDEC, Informe Técnico Vol. 3, N° 182), era del 41,8%. El neoliberalismo nacional, y la fuerte adhesión del Gobierno salteño, seguramente han facilitado los resultados con gusto a tragedia.
Cuando Cristóbal Colón llegó a América, comenzó la tragedia expansiva, para los pueblos originarios de todo el sur del continente. La conquista española significó genocidio de los pueblos civilizados de México y Perú, principalmente, pero expandido a todos los rincones latinoamericanos, en donde existieran pueblos organizados, productores, consumidores, y además, pacíficos. (ver T. Todorov, Bartolomé de las Casas, Dussel, D. Ribeiro). Los debates teologales del siglo XVI, colocaron sus miradas en el derecho de los indios americanos, a ser reconocidos como seres humanos, o no. Por ejemplo, Ginés de Sepúlveda, afirmaba que “estos naturales” no reunían las condiciones para ser tratados como humanos, por lo tanto estarían condenados a la servidumbre de quienes sí “estaban dotados de virtudes y prudencia”, como los españoles. (ver Ochoa Muñoz, Dussel, A. Quijano). Si los indios se negaban a dicha servidumbre, podían ser exterminados. La instancia de dominio y subordinación, puesta de manifiesto en los debates de teólogos y en la práctica militar de los conquistadores, constituyeron los antecedentes trágicos de nuestra América Latina. Números gobernantes del siglo XXI, asumen las enseñanzas del amo español, en sus propias performances, en sus gestiones de los pueblos indígenas. Entonces mueren niños, bebés, por desnutrición, deshidratación. Y no es tan importante, al parecer.
La modernidad ya conocida, no aplica en ámbitos específicos de América Latina. En Salta, concierne una sociedad tradicional, de patronazgo, patriarcal, tradicional, y de notorias diferencias sociales con la población trabajadora, tanto en ámbitos rurales como en las ciudades, y desigualdades ostensibles, con los pueblos originarios, quienes se encuentran absolutamente excluidos de los procesos de producción, cualquiera fueren sus niveles de formalización.
Quizás, los nuevos aires latinoamericanos (Argentina, México), de gobiernos con gestión más cercana a los pueblos, en donde la inclusión de los mismos, se constituya en realidad, puedan revertir estas tragedias. Antes, los debates de teólogos, surcaban la disyuntiva casi shakespeareana, de ser o no ser, humanos. Hoy, se plantean la necesidad de continuar o no, con las políticas neoliberales. El significado es muy similar: el de la tragedia.
Formosa, 9 de Febrero de 2020.
Formosa, 9 de Febrero de 2020.