Alegría es rebelión
La alegría del pueblo es un modo de rebelión colectiva en tiempos de resistencia. Los triunfos de la selección argentina de fútbol tienen una marca indeleble en el corazón del pueblo. Es más, el fenómeno de la selección, resistido por la oposición política que llega a identificarse con equipos europeos con tal de desmerecer lo propio, tiene un aspecto poco observado. El pueblo expresa también en su alegría, una metáfora profunda e indelegable: su deseo de una unidad nacional bajo una sola bandera como expresión política que supere desavenencias internas para alcanzar un destino común. De ahí que se identifique al peronismo como portador de los símbolos del festejo, aunque el fervor es amplio, es un frente que involucra al conjunto de los argentinos.
Expresa, además, como reiteración, que
la Argentina es una cultura común que habla, conversa y se comunica de la puna
a la quebrada, del chaco al litoral y a las sierras, a la llanura y los valles,
desde los ríos a los arroyos y los lagos, pasando de las grandes ciudades a los
pequeños pueblos. Y eso no puede ser negado por la cultura de la avaricia, la
usura y el saqueo, que representa el neoliberalismo grosero de las fugas y la
negación nacional y regional, a través de destruir la autoestima. Decir que el
pueblo es una mierda, expresión de un legislador que fue expulsado de un país
suramericano por racista, va en ese rumbo que procura despojar al pueblo de sus
valores para justificar la ocupación de la economía, de la que son empleados.
Arturo Jauretche expresaba esa necesidad
de negar al pueblo y arrojarlo a la tristeza de un modo sencillo e inapelable:
“Nada grande se puede hacer sin alegría, nos quieren tristes para que nos
sintamos vencidos. Los pueblos deprimidos no vencen ni en el laboratorio ni en
las disputas económicas. Por eso venimos a combatir alegremente, seguros de
nuestro destino y sabiéndonos vencedores a corto o largo plazo”.
Belgrano se refería a la infelicidad de
esos pueblos, que son en parte y otro momento de la historia, las que sufren en
la actualidad. Y promueve que una labor de los gobernantes, consiste en llevar
felicidad a su pueblo, conceptos que adoptó el general Perón resumiendo
mandatos históricos. La represión de la alegría es algo propio del cipayaje
local, cosa que realizó la ciudad de Buenos Aires caba. Asumía Marcelo
D’Alessandro, como ministro de represión ligado al grupo Clarín, la
representación de una republiqueta de filibusteros, que no aporta divisas al
presupuesto nacional, y creen sus poseedores, que el lavado de divisas y la
fuga, son razones se imponen sin ley que valga. Y para afirmar ante los
colectivos humanos esa tropelía, los mandamases de turno encomiendan destruir
la autoestima de los pueblos. Tarea que realizan en todos los campos, en el
fútbol, se ha escuchado afirmar desde ese espacio, que Alemania era “la raza
superior” y que Croacia era “el mejor equipo del mundial”.
Si la felicidad es una confluencia y la
alegría su expresión más evidente, es posible imaginar que una y otra, se
realizan en lo colectivo, no en el individualismo enfermizo de los
propiciadores de la miseria, la desmemoria y la negación de los pueblos y su
historia. Y retomando el fenómeno cultural que producen los triunfos de las
selecciones, las figuras de Messi, Julián Álvarez, Enzo Fernández, Emiliano
Martínez y el técnico Lionel Scaloni, resumen esa decisión profunda de la
Argentina, de contar con un destino común. Es un clamor que se expresa en las
calles, en las reuniones de los grupos que quieren vivir en unidad el
seguimiento de esas celebraciones en las que cada uno y todos, se conmueven
ante un sentimiento semejante. Y la felicidad es presente, no jugar a la falsa
filosofía y ofrecer el futuro. El futuro no es asunto de gobernantes porque
para ellos, hay un solo modo de apostar a su llamamiento. Y es realizando el
presente. Los jóvenes no son el futuro, esa es una piolada para diferir una
responsabilidad. Los jóvenes, son el presente.
Para Aristóteles la felicidad es un
estilo de vida que consiste en ejercitar lo mejor que tiene cada ser
humano. Y para ello, es preciso cultivar la prudencia del carácter y así
alcanzar la plenitud. Los gobernantes entonces, deben proveer las condiciones
materiales y espirituales para alcanzar ese estado de cosas. Estos conceptos
son válidos para imaginar que acaso, hay que pensar que, entre tantos abogados
como mandatarios, habría que tentar con pensadores como lo fueron Perón o de
modo reciente, Mandela o Pepe Mujica o el Lula de estos días.
La publicidad ideológica y globalista,
alude siempre a una falsa felicidad, la niega como deseo de la sociedad, y la
promueve en el deseo de los productos de las corporaciones y el sometimiento a
las reglas de su mercado. “La idea de la felicidad individual impregna el
ámbito de la publicidad y el consumismo”, escribió Humberto Eco al tratar el
tema. Así, el régimen es la negación de cualquier proyecto común y hoy el
fútbol, abre el campo de la reflexión en la actitud de millones de personas que
celebra en común en el difícil arte colectivo de la unidad. Y eso es lo que no
soportan los entregadores. Ojalá sea posible que muchos de los dirigentes de
valor, comprendan ese mensaje y activen la renovación generacional y el fin de
la etapa Malvinas del sometimiento nacional cuyo símbolo es hoy la Caba.
Y es tanto el impacto que los ceos de la
ocupación globalizadora, lo sienten que producen hecho como el que decidió el
gobierno de la CABA (Ciudad Autónoma Británica Asociada), a través de su jefe
de policía, Marcelo D’Alessandro, el mismo que visitó a su jefe mayor en el
sur, Joe Lewis, súbdito británico, junto a varios jueces macristas y ejecutivos
del grupo Clarín.
Se trata entonces, de escuchar la voz
del pueblo, percibir su mensaje y trabajar para que ese clamor que se siente en
el país, en la región y hasta en Bangladesh, sea parte del camino a recorrer
sin postergaciones y dando fin a las imposiciones de un régimen que lo somete.
Buenos Aires, 17 de diciembre de 2022.
· Periodista, historiador, poeta.
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