Si Macri quería
retroceder a la Argentina
de 1905, podría reunirse con Erdogán que
pretende volver hasta el imperio
turco otomano para delirar sobre presuntas grandezas. Esas
miserias con que se visten algunos gobernantes pretenciosos.
Erdogán avanzó hacia ese pasado, y el 10 de julio hizo del
santuario Santa Madre Sofía, que era en estos años un museo, una mezquita. Su cúpula fue una
de las más visitadas de Europa. Construido en el 360 después de Cristo por el
emperador bizantino Justiniano I, fue luego parte del cristianismo unos mil
años. El emperador Mehmed II, el Conquistador, quien ganó Constantinopla, la
convirtió en mezquita por otros 500 años cuando fue centro de unidad religiosa
del Imperio Otomano.
Cuando el imperio otomano se hizo de Constantinopla en 1463, fue
reconvertida en mezquita, período que duró hasta 1931, luego de la revolución
de los jóvenes turcos de Mustafa Kemal Atatürk y sus
sucesiones, cuando se la secularizó y recibió al turismo internacional. Así
llegó a Erdogán que quiere ganar la fe de la población turca y atraer a
millones de musulmanes del mundo islámico a una resurrección que es una herida
para los griegos y la propia iglesia de Roma.
El Papa Francisco se expresó
“muy dolido por la conversión” y otro tanto expuso el Patriarca Kirill de la
Iglesia Ortodoxa Rusa. Estados Unidos, de modo oficial por medio de Mike
Pompeo, secretario de Estado de Donald Trump, expuso sus reparos. La ministra
de cultura griega, Lina Mendoni, cuestionó a Erdogán y dijo que su decisión era
un “desafío directo para todo el mundo civilizado”. En cierto modo, era un poco
el dolor de ya no ser porque nadie
podía impedir que el mandatario de Estambul se probara las ropas de un sultán.
Hay que
recordar que el presidente turco tomó la decisión una vez que fue derrotado
electoralmente en el Ayuntamiento Metropolitano de Estambul, alcadía que reúne
al mayor número de ciudadanos.
AL FUTURO POR UN CAMINO AL PASADO
Erdogán pretende con la vuelta
de tuerca de la Hagia Sophia, ahora mezquita, ponerla en tercer lugar como
espacio sagrado del islam. Iría detrás de la Gran Mezquita, Masjid al Haran, la Gran
Mezquita de La Meca y la Masjid a al-Aqsa, de Jerusalém. De ser las cosas de
este modo, quedaría atrás incluso la mezquita de Medina, Masjid al-Nabawi. Esto
sucede cuando se produce la decadencia política e institucional de los Saud de
Arabia Saudita. Hundidos en la corrupción, la tiranía, las guerras y el sostén
económico del terrorismo que opera en varios países de África y Asia, viven el
aparente fin de una etapa de la OTAN y la presencia de los Estados Unidos en la
guerra, lo que estaría señalando que una etapa de la globalización, acaso la
globalización misma, se acaba en el mundo.
A su vez, Turquía atraviesa los
momentos finales signados por la secularidad y el laicismo, que instauró la
revolución de los jóvenes turcos que lideró Mustafa Kemal Atatürk en 1922 luego
de la primera guerra mundial. En ámbito del patriarcado ecuménico de
Constantinopla, que lidera Bartolomé (no es Mitre), se critica con dolor el
paso dado. Bartolomé introdujo un detalle no menor al observar que el hecho
“dividiría a musulmanes y cristianos”. Temen a su vez, que mosaicos medievales
de la Sagrada Familia y retratos de emperadores cristianos sean demolidos. Las
autoridades locales los cubrieron con lienzos para que no se vean puesto que en
el mundo musulmán no hay imágenes.
El 24 de julio, el presidente Erdogan, hizo en el templo
bizantino de Santa Sofía, el primer rezo musulmán en 86
años. La autoridad
religiosa musulmana de Turquía, nombró tres imanes y cinco muecines. Lo
saludaron desde Qatar, Pakistán y Malasia mientras que, para el jefe
diplomático de la Unión Europea, Josep Borrell, se
trataba a secas, de un hecho “lamentable”. La fecha elegida,
coincide con el 24 de julio de 1923, cuando el Tratado de Lausana anulaba el
Tratado de Sevres, y nacía la Turquía moderna sobre las bases sustentadas de
Mustafá Kemal Ataturk, que restauró Santa Sofía y lo transformó en un templo
museo en 1934. Se anulaba así aquel hecho. Nada casual. A su vez, celebraba la
toma de Constantinopla en 1453 por el sultán Mehmet II. En 2006, Erdogán firmó
con el presidente del gobierno de España, José Luis Rodríguez Zapatero, la
“alianza de las civilizaciones de las Naciones Unidas”, que fue sepultado en
ese acto.
También en julio, 2018, Erdogán inauguró nuevas prerrogativas
constitucionales luego de ser reelecto presidente. Fue acogido en una
descomunal ceremonia en el Palacio Blanco, construido para su uso, y celebró
con viajes a Azerbaiyán y Chipre ocupada en una franja por su país. Mostraba así que Turquía es más
ancha que sus límites. Saludaba ya como el denominado “signo de la rabia”, que
utilizan los miembros de la Hermandad Musulmana que orientan los británicos.
Erdogán parece ir por el espacio que perderá Arabia Saudita.
En primer término tiene que reunir a los musulmanes, y luego de lograrlo
buscará un aliado del tipo de los Estados Unidos para sostener su poder en la
crisis permanente. Si la globalización pierde sus
batallas actuales, Erdogán puede verse en problemas. Su retorno al
pasado se sostendrá únicamente si alcanza a impedir que una transformación haga
del planeta un espacio más solidario. Su horizonte imperial se sustenta en la
guerra como objetivo y como negocio. Los sirios conocen esa debilidad del
aspirante a sultán.
Comentarios
Publicar un comentario