Según
lo consigna el sitio Facebook, “Ernesto Guevara de la Serna”, la historia de
Mónica Ertl, da cuenta de un proceso casi desconocido, e impactante. He aquí,
lo relatado.
En Hamburgo, Alemania, eran las 10 menos 20 de la mañana del 1°
de abril de 1971. Una bella y elegante mujer de profundos ojos azules entra en
la oficina del cónsul de Bolivia y, espera pacientemente ser atendida.
Mientras hace
antesala, mira indiferente los cuadros que adornan la oficina. Roberto
Quintanilla, cónsul boliviano, vestido elegantemente de traje oscuro de lana,
aparece en la oficina y saluda impactado por la belleza de esa mujer que dice
ser australiana, y quien días antes le había pedido una entrevista.
Por un
instante fugaz, ambos se encuentran frente a frente. La venganza aparece
encarnada en un rostro femenino muy atractivo. La mujer, de belleza exuberante
lo mira fijamente a los ojos y sin mediar palabras extrae un revolver y dispara
tres veces. No hubo resistencia, ni forcejeo, ni lucha. Los impactos dieron en
el blanco. En su huida, dejó atrás una peluca, su bolso, su Colt Cobra 38
Special, y un trozo de papel donde se leía “Victoria o muerte. ELN”.
HUÍDA DE LA ALEMANIA NAZI
Hans Ertl –el
padre de Mónica,– tuvo el infortunio de ser reconocido para la historia (y su
posterior desgracia), como el fotógrafo de Adolfo Hitler, a pesar de que ni
pertenecía al partido nazi. Así que cuando el régimen cayó, Ertl y su familia
(aunque intentaron quedarse en Alemania) migraron a Latinoamérica.
Después de
una breve estancia en Chile, el 3 de marzo de 1950, los Ertl llegaron a
Bolivia, a través de lo que sería conocida como la ruta de las ratas, sendero
que facilitó la huida de miembros del régimen nazi hacia Sudamérica al
finalizar la Segunda Guerra Mundial.
En 1951, se
establecieron en tierras de la Chiquitania, en una propiedad de 3.000 hectáreas
llamada “La Dolorida”, donde Hans comenzaría una nueva vida, acompañado de su
esposa e hijas, la mayor, Mónica.
Hans realizó
en Bolivia varios filmes (Paitití e Hito Hito) y trasmitió a Mónica la pasión
por la fotografía, lo que le sirvió para posteriormente trabajar con el
cineasta boliviano Jorge Ruiz.
Mónica se
crió en un círculo tan cerrado como racista, en el que brillaban tanto su padre
como otro siniestro personaje al que ella se acostumbró a llamar “El tío Klaus”
(seudónimo de Klaus Barbie), empresario germano y ex jefe de la Gestapo en Lyon
(Francia).
Barbie
cambiaría su apellido por “Altmann”, antes de involucrarse con la familia Ertl
y con personalidades políticas, al punto de llegarse a ganar suficiente
confianza como para, se dice, llegar a asesorar dictaduras sudamericanas.
Mónica se
casó con otro alemán en La Paz, y vivió en las minas de cobre en el norte de
Chile pero, luego de diez años, su matrimonio fracasó y ella se convirtió en
una política activa que apoyó causas nobles. Entre otras cosas ayudó a fundar
un hogar para huérfanos en La Paz, ahora convertido en hospital.
Sin embargo,
la muerte del guerrillero argentino Ernesto Che Guevara en la selva boliviana
(octubre de 1967), fue para ella el empujón final para sus ideales. Mónica
–según su hermana Beatriz–, “adoraba al “Che” como si fuera un Dios”.
A raíz de esto,
la relación padre e hija fue difícil por la combinación: ese fanatismo adherido
a un espíritu subversivo; quizá factores detonantes que generaron una postura
combativa, idealista, perseverante. Su padre fue el más sorprendido y, muy a su
pesar, la echó de la granja.
DE CINEASTA A “IMILLA”
A finales de
los sesenta, para Mónica todo cambió con la muerte del Che Guevara. Rompió con
sus raíces, dejó de ser aquella chica apasionada por la lente, para convertirse
en “Imilla la revolucionaria” refugiada en un campamento de las colinas
Bolivianas. A medida que fueron desapareciendo de la faz de la tierra, la mayor
parte de sus integrantes, su dolor se trasformó en fuerza para reclamar
justicia convirtiéndose en una clave operativa para el ELN (Ejército de Liberación
Nacional de Colombia).
Durante los
cuatro años que permaneció recluida en el campamento, escribió a su padre,
solamente una vez por año, para decir textualmente “no se preocupen por mi…
estoy bien”. Lamentablemente, nunca más la volvió a ver; ni viva, ni muerta.
Así fue como
el año 1971, cruza el Atlántico y vuelve a su natal Alemania, y en Hamburgo
ejecuta personalmente al cónsul boliviano, el coronel Roberto Quintanilla
Pereira, responsable directo del ultraje final a Guevara –la amputación de sus
manos, luego de su fusilamiento en La Higuera–. Con esa profanación firmó su
sentencia de muerte y, desde entonces, la fiel “Imilla” se propuso una misión
de alto riesgo: juró que vengaría al Che Guevara.
Después de
cumplir su objetivo, comenzaría una cacería que atravesó países y mares, y que
solo encontró su fin cuando Mónica cayó muerta en el año de 1973, en una
emboscada que según algunas fuentes fidedignas le tendió su traicionero “tío”
Klaus Barbie.
LOS RESTOS DEL PADRE Y LA HIJA
Después de su muerte, Hans Erlt siguió viviendo y filmando
documentales en Bolivia, donde murió a la edad de 92 años (año 2000), en su
granja ahora convertida en museo, gracias a la ayuda de algunas instituciones
de España y Bolivia, donde permanece enterrado. Su sepulcro fue preparado por
Hans mismo, quien había expresado en una entrevista concedida a la agencia
Reuters: “No quiero regresar a mi país. Quiero, incluso muerto, quedar en esta
mi tierra”.
En un
cementerio de La Paz, se dice que descansan “simbólicamente” los restos de Mónica
Ertl. En realidad nunca le fueron entregados a su padre. Sus reclamos fueron
ignorados por las autoridades a partir del hecho. Estos permanecen en algún
sitio desconocido del país boliviano. Yacen en una fosa común, sin una cruz,
sin un nombre, sin una Bendición de su padre.
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